| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

Antigua correspondencia con seres imaginarios •


18/12/2014

Capitán Bimorí:

   Recibí su mensaje con los últimos destellos de la ardiente estrella. Le confieso que me encontraba por culminar mi cena a dos tiempos en el viejo restaurante francés de la calle Louis Pasteur cuando su pequeña, pero ferviente nota, llegó a mi mesa a manos de Mei, la sonriente camarera del solitario sitio. Es de vital importancia mencionar lo que sus letras pueden llegar a evocar en un desalineado espíritu como el que conserva un servidor, temerario e irresponsable desde el útero, en tan solo un par de párrafos. Aquellos años a su lado en altamar, fueron sin lugar a duda los más vibrantes que este náufrago diletante, pudo haber tenido en esta faz mental. Como bien debe estar enterado, fueron diversas las intenciones de hacer de las memorias algo para la posteridad; sin embargo, como seguramente tendrá en cuenta, carezco de las competencias mínimas para dirigir cualquier idea hacia lo eterno. Le revelo ahora, en medio del silencio que me rodea y poniendo como único testigo al postre de melocotón que la amable de Mei ha situado a un costado de la taza en la que reposa el espíritu de un té de hierbas, que esa formidable manía de mantener comunicación epistolar es un hecho que valoraré hasta el último de los segundos, mi querido Bimorí.


Al salir del Gourmet Bistro, crucé la mirada con una de las principales avenidas en la que usted y yo, viejo amigo, entabláramos nuestro primer encuentro, y aun conociendo ambos el significado simbólico del número doce y de los espejos en vertical, no me sorprendió en lo absoluto la huída de aquella casa que narra en su fabulosa misiva. ¿Sabe? a pesar de la distancia que ahora nos solidifica como entrañables, nunca he de perder el gusto por su anorexia social, siempre en búsqueda del caos: caos que solo usted comprende, capitán.


No olvido la tarde en que me explicó, en compañía de todos los miembros de la asociación civil “Escucha el viento” la procedencia de su nombre. Su madre, Rahui, había presentado complicaciones en su séptimo mes de preñez (ese mismo término usó usted) y camino al Sanatorio "Cortés Monrroy" escuchó un estridente sonido, como si alguien hubiera tronado los dedos. Entonces un enorme chorro brotó entre las piernas de su creadora: usted ya quería volver al mar. Su madre, quien únicamente se encontraba acompañada de su tía Suré, ya que Aurelio, su padre, se localizaba en el campo desde las cuatro de la mañana, sudando la gota gorda, se encomendó a Mayahuel para que asistiera el parto. Culminó la anécdota con un brindis de pulque argumentando: “Nací entre niebla y agave. El agave me lo tomo, pues la niebla me nombró”. Para la cantidad de espirituoso que habíamos ingerido aquella noche me pareció una formidable anécdota, ahora creo que debe conservar mejores, apreciado guardián de las mazmorras.


No quisiera extender demasiado la presente epístola ya que usted fue bastante breve. No es preciso apropiarse del uso de sus distinguidas letras teniendo en consideración que no fue un servidor el único afortunado al que destinó el virtuoso movimiento de su estilográfica. Por cierto, adjunto una fotografía en formato postal que considero resultará de su agrado. Se trata de la única captura en la que se nos observa juntos. De antemano sé que sabrá apreciar nuestra invisibilidad. Sin más por ahora, deseo que tenga un instante extraordinario en compañía de sus fantasmas y de los seres de los que tanto alega y ama a la vez. Le quiere mucho, uno más de tantos.
Niza Gigi.




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