| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

| Volvé mi negra | BA ∙

 

| Enero veinte |

   Violines y bandoneones, reflejo de luna en el piano; luz nadir cobija las cuerdas de los instrumentos de madera. El crecer de la gran aldea nos ha orillado a este extremo, en medio de los arrabales. Lenguaje lunfardo en armonía con el color de las elásticas sobre los hombros; saco, camisa y moño. Silueta femenina: perfecto instrumento musical; vestido largo, suelas de cuero  y tacones altos. Elegante y sagrado territorio. Te abrazo y sostengo tu mano. Compás de cuatro por dos – Oíme vos, si querés bailar el tango, tenés que sentirlo-. Violines y bandoneones, reflejo de luna en el piano. «Soy porteña de una pieza, tengo voz de bandoneón, lánguido pausado, tango canción.» Posición inicial: pies juntos. -Seguime, morocha-; atrás con derecha, costado con izquierda, adelante con derecha, adelante con izquierda: pies juntos. Adelante con izquierda, costado con derecha, pies juntos. «Y en estas noches del crudo invierno, triste y sombrío del arrabal, siento en mi pecho intenso frío, es que me espanta la soledad. Por eso, negra, vengo a buscarte, quiero que escuches mi corazón. Volvé mi negra, voy a pagarte, con mi ternura, todo tu amor.» Posición inicial: pies juntos -La última y nos vamos, cholo querido- Adelante con izquierda, costado con derecha, atrás con izquierda, atrás con derecha, cruce: -¡poné atención, re cagón; bailás como el orto!-. Atrás con derecha, costado con izquierda, pies juntos. Birra en el suelo, vasos vacíos: se termina el vino. La guardia vieja se queda, a la orilla del arrabal, con sus malos vientos; y los buenos aires.  

     Y nos marchamos de nuevo. Acordamos la noche previa, entre cervezas, mate y guiso,  partir a primeras luces desde el barrio de Buceo, Montevideo. Ruben, (sin tilde por instrucciones del personaje)  visitaba su país natal cada verano. Su familia, en el barrio de Quilmes, presume conservar la mejor receta de alfajores de la comunidad rioplatense. A mí la cerveza me suelta la lengua y el mate acelera mi ritmo cardiaco, cuando mezclo ambos estimulantes, contrario a mis expectativas, encuentro en el mingitorio un verdadero terapeuta con quien conversar. Me encontré a Ruben frente al espejo del sanitario y envolví su espalda con mi brazo, le pregunté si podíamos acompañarlo en el próximo viaje a su tierra natal. Aceptó y acordamos partir a primeras luces desde el barrio de Buceo.

    Ingerimos en «Lo de Omar» un par de refuerzos: sánguches de miga con jamón y queso amarillo. Omar nos recibió, como cada mañana, con el cabello alborotado, un beso y un chiste; termo y mate listos frente al Rio de la Plata. El color de la rambla se difumina con el reflejo del alba. A escasos metros, la celeste estatua coreana «Greetingman» saluda sin prendas al pueblo rioplatense. Su meticulosa reverencia honra a los habitantes del último continente en ser poblado por los humanos, América. Con su respeto y admiración, partimos temporalmente de sus tierras para adentrarnos a las de su hermano y vecino: Argentina.

          Maniel optó por cederme su sitio de copiloto en el auto de Ruben. Asumí con seriedad el puesto delegado y busqué en la guantera el mapa geotopo-gáfico para proporcionar al conductor la ruta más conveniente para llegar a nuestro destino, Colonia de Sacramento. Mientras buscaba encontré un alfajor de chocolate y una cajetilla de cigarrillos de importación. Noté que tanto el dueño del volante, Ruben, y mi hermano, Maniel, cruzaban miradas por el espejo retrovisor y se reían de mis movimientos; a falta de pericia y entusiasmo como conductor, siempre me he esforzado por ser un buen acompañante de ruta. – Pues no encontré un mapa, querido, que el sagrado corazón del travieso niño Jesús, nos ilumine- dije y soltaron la carcajada. Y en medio de la sonoridad de las risas, pensé: ¿A qué habrá jugado en su infancia el inquieto "mesías"?  

      Ruben conocía el trayecto de memoria; realizaba el mismo viaje por autopista desde principios de los dosmiles, cuando  la economía argentina se desmoronó por completo y tuvo que buscar en Uruguay la oportunidad de continuar su vida profesional. Llenamos de combustible el automóvil en las inmediaciones de la «Ruta 1», autopista que recorre de Montevideo al departamento de Colonia. El asfalto, color del polvo de ladrillo, comenzó a ser más radiante dejando atrás el departamento de Canelones: – De canelone’ son lo melone’, de canelone´ son lo melone’- recordé aquella voz despertador en el barrio de Malvín, cuando los comerciantes toman las calles para hacer «feria» y proveen a precios justos alimentos y artículos para el hogar a los habitantes de la comunidad. 

     ¿Qué soñé ayer? Cierro los ojos para localizar el recuerdo. Las piedras más lisas y triangulares son  las que mejor acción de  rebote tienen en el agua cuando jugamos a hacer «patitos». Maniel escoge con meticulosa paciencia las rocas para su turno al lanzamiento. Debido sus secretos conocimientos de física, prefiere piedras redondas; las observa y se encarga de quitar los excedentes de polvo con ayuda del aire que arroja con sus labios. Hacer «cabrillas» en la presa, ayuda a determinar quién será el encargado de recolectar la leña para encender el fuego nocturno. Selecciono la que considero el mejor ejemplar para ganar la contienda. La sitúo en mi mano derecha y reposo la fe que me queda en una conexión inadvertida con el cosmos: será el mejor lanzamiento de la historia, haré por lo menos diez «patitos». Respiro e inclino mi cadera hacia el lado contrario del brazo con el que sostengo la piedra, dirijo la mano hasta la altura de las rodillas, permitiendo que la roca se deslice por mi dedo índice y reciba la fuerza necesaria para ser arrojada; impulso, velocidad y fuerza. Siento un ligero cosquilleo en el codo, giro el rostro y encuentro mi hombro derecho dislocado. Se detiene el tiempo y la roca toca por primera vez la presa: ¡salta, piedrita, salta! Rebota en dos ocasiones, se ha terminado mi carrera como lanzador, rebota una vez más y se hunde para jamás volver a mi mano. Despierto y me alegra no tener que buscar leña. Abro los ojos para contemplar el paisaje.      

      Fue ligero el recorrido, no paramos de hacer bromas y de contemplar el interminable ganado vacuno en los campos uruguayos; se dice que por cada uruguayo, hay tres vacas habitando el país. Once millones de reses pastando, once millones de veces bramando.

     El camino por tierra, que no se extendió a más de dos horas, concluyó en la terminal portuaria de Colonia de Sacramento, Uruguay, en donde abordamos un buque que cruzaría el estuario del Rio de la plata. El automóvil de Ruben descendió por la rampa situada a un costado de la embarcación y guareció inmóvil en el estacionamiento del «buquebus». Todas las maquinas funcionan porque el calor puede poner en movimiento a la materia; el calor se mueve en una sola dirección. La tierra depende de la temperatura y la máquina de la naturaleza. Sobre estas viejas aguas marginales del Atlántico, una batalla entre países europeos se gestó. A finales de los años treinta, la embarcación alemana «Graf Spee», fue sorprendida al ingresar a las superficies marinas del Atlántico sur  por los  buques británicos «Ajax», «Exter» y «Achilles». Más tarde, en bahías brasileñas, el «Graf Spee» se perdería para siempre bajo la inmensidad del océano.

     Nos mantenemos a flote: volar y flotar, ¡cuanto me gusta volar y flotar! No recuerdo el principio de Arquímides por andar jugando con mi «Tamagotchi» en clases de física elemental, pero algo referente a la aceleración de la gravedad  y el principio de la presión hidrostática se guardó en el hipocampo de mi cerebro con forma de goma de mascar. Cuando Dios creó a la especie humana, se preguntó: -¿Qué le falta, qué le falta?, sacó de su boca Bendita el chicle globlero que masticaba al crear la Alquimia,  y colocó el húmedo objeto color rosa en la parte superior de nuestro cuerpo; al menos eso fue lo que conmigo hizo.  

    Flotamos y navegamos sobre los vestigios de la segunda guerra mundial. Maniel no deja de observar al sol poniente, el reflejo del agua crea fascinantes matices en el horizonte. Bebemos cerveza alemana libre de impuestos sobre aguas que mantuvieron a flote un bombardeado buque alemán. Son invisibles las fronteras en el aire y alta mar; sobre la tierra, no son más que construcciones hechas por el hombre y la mujer. Por todas, todes, todis, todos, todus.

     Arribamos a la terminal de «buquebus» en puerto Madero después del mediodía. Una vez a bordo del vehículo de Ruben, nos desplazamos por angostas calles hasta llegar a la 9 de julio, hasta entonces comprendí el sitio en el que me encontraba. Damas y caballeros, bienvenidos a la ciudad de la furia: Buenos Aires, Argentina. En un segundo sentí en carne propia el microcosmos de Borges, en donde el espacio y el tiempo confluyen. Los cronópios, las manscupias y los famas de Julio Cortázar; ¿es esta la verdadera casa tomada? Las «boquitas pintadas» de Manuel Puig y los pasos de Guevara de la Serna para renunciar a la medicina convencional y caminar hasta la victoria siempre. Las grandes mentes coquetearán por siempre con la locura. Creí reconocer las calles por las que transitó Juan Pablo Castel, antes de cometer su crimen pasional en «El Túnel» de Sabato. Sentí sobre aquella inmensa avenida los idilios de Héctor Varela y Astor Piazzolla, años antes de la nueva guardia. El sudor y perseverancia de Virginia Bolten; su extenuante labor periodística en busca de una sociedad igualitaria, defendiendo el lema-bandera: «Ni Dios, ni patrón, ni marido» El tiempo hace la melodía y el flujo del alma. Aquí huele a malbec, merlot y Syrah. Aroman el aire las ardientes parrillas y el fervor de la hinchada. Sobre esta superficie, como en ninguna otra, se respira cumbia villera. El color, el calor y el olor del carbón.

    La multitud se mueve a paso tenaz, cruzan sobre las cebras y no detienen su andar. Su imponente arquitectura recubre la ciudad y regala postales imposibles de olvidar. En el punto de fuga sobre la avenida de mayo, yergue el inmenso obelisco sobre la plaza de la república; en estas tierras, la pasión por la pelota es más grande que cualquier religión, es la ciudad con más canchas de fútbol en el mundo: en este lado del globo, Dios tiene forma de balón. Al igual que la mayoría de naciones en América Latína, su independencia se pagó con sangre y lucha, tras años de combate, se convirtieron en una república. La miseria política de sus gobernantes juega a los dados con los recursos de la nación. América viva, la tensa calma de tu noche fría, que el temor se guarde en los bolsillos y tiemblen tus gobiernos; la lucha no termina cuando el pueblo respira.     

     Nos dirigimos hacia el histórico barrio de Monserrat para hospedarnos en el «Sabatico Hostel» ubicado sobre la calle México, en el corazón de la capital argentina. El abrazo y la gratitud hacia Ruben se prolongaron hasta que un camión de basura hizo sonar su bocina en señal desaprobatoria por el espacio ocupado en la angosta calle. Realizamos con éxito el registro de ingreso y por quinientos pesos extra se nos invitó a un asado nocturno: accedimos y brindamos con Quilmes nuestro arribo al país de «D10S», el mas grande, “el Diego”. Nos resistimos a sentir el confort de la cama en nuestra habitación y partimos de inmediato para absorber la energía porteña.  

    Emprendimos una larga caminata a ningún sitio. Transitamos por diversas avenidas; Rivadavia, Rosales, Independencia, San Nicolás hasta llegar a San Telmo. La noche previa empapamos nuestro bendito cuerpo con cerveza y vino, por lo que la resaca comenzaba a escurrirnos por la frente y los ojos. En San Telmo encontramos un establecimiento que prometía prodigiosas «Micheladas mexicanas» y no dudamos en calificarlas: 4/10, calificación reprobatoria.

    Nos llegó el ocaso caminando sin rumbo. Cualquier callejón con los faroles encendidos, era un portal de bienvenida para nuestras desorientadas piernas. La escasa luz del sol no impidió nuestra visita a la plaza de mayo. Inevitable pensar en las madres y abuelas  moviendo montañas para encontrar a sus desaparecidos, gestando asociaciones que más tarde traspasarían fronteras. Inevitable no pensar en mi madre y mis abuelas; mis amigas y conocidas. La señora de la fruta fresca y las niñas en el parque jugando a la vida de los adultos. Las tías y sus hermanas, las hijas de la historia, de todas las generaciones, viviendo maltratadas entre el cielo y la tierra. En el derecho esencial a decidir sobre su propio cuerpo. En las muertas de mi país y los crecientes movimientos para erradicar pensamientos fundados en una sociedad patriarcal, machista e intolerante. Arcoíris en el cuello, pañuelos multicolor, el estado y la iglesia, heterogénea mezcla trasgrediendo el sentido común de una civilización adormilada.         

     Tomé una fotografía a la casa rosada, sede del gobierno argentino, mi dedo anular  cubrió con su yema el obturador. No se ve tan rosa en la captura, no se ve que adentro se  despache pensando en el bien común.     

    Volvimos al «Sabatico hostel», en el trayecto tropezamos con unos cuantos litros de agua y malta de cebada en «La Patagonia»: cervecería local y artesanal que conocíamos desde nuestra visita al teatro Solís, en Montevideo. Bebimos e intentamos identificar los diferentes estilos; comimos crujientes y sorprendentes granos de choclo sazonados con sal. El amable sujeto de nacionalidad peruana detrás de las lineas de birra, nos obsequió una bolsa de choclo y compartió su travesía en el país que vio nacer a Mafalda. A cambio de sus atenciones, compramos dos pares de coloridos calcetines y nos esforzamos en dejar una buena propina. Partimos con la singular sonrisa que la cerveza fresca otorga. Afuera, el fuego nos espera; la noche en Buenos Aires, tango, asado y carbón. Violines y bandoneones, reflejo de luna en el piano; luz nadir cobija las cuerdas de los instrumentos de madera. Tango-texto: te abrazo y sostengo tu mano.

Volvé, mi negra, al nido,
que mi cariño espera
la buena compañera
que no se irá jamás.

Jose Diez Gómez.




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