∙O n á n∙
Al crearse el sistema educativo contemporáneo, se debió
planear estratégicamente los instantes álgidos para el desarrollo integral de
la personalidad del alumnado. Para efectos de formación y convivencia, es el recreo
escolar, el momento preciso para conocer a profundidad los verdaderos desafíos
de la vida cotidiana; por lo que treinta minutos resultan insuficientes para realizar y descubrir las diversas manifestaciones de la germinación cognitiva. Es el sonido del timbre
que anuncia la culminación de la jornada; el mismo que pone inicio y fin a las
actividades esenciales en el receso: tomar
el almuerzo, reponer energía e interactuar socialmente con los diversos grados
del centro educativo, hacen de la media hora, el momento más productivo del
turno en cuestión de aprendizaje. El compilado
de materias del tronco común está orientado a una sociedad invisible. Asumiendo
que la experiencia es el mejor motor de aprendizaje, surge la necesidad de replanteamiento
en los formatos de preparación para una sana participación en la vida social y
cultural.
Fue hasta el cuarto grado que tuvo su primer acercamiento a la jerga popular. A pesar de haber escuchado con anterioridad a los mayores -alumnos de sexto-, referirse de manera coloquial a las acciones cotidianas, no fue hasta el regreso del periodo vacacional de inverno que se despertó el deseo de profundizar en el lenguaje. Cierta ocasión compartió campo de juego con una categoría superior en el seleccionado estudiantil de futbol de su escuela para competir en un torneó organizado por la cooperativa refresquera Pascual Boing. Pese a su corta estatura, consiguió la titularidad en la delantera del equipo. Fue en el partido inaugural del certamen que regaló a los presentes la viva postal de la famosa «chilenita» del pentapichichi: «Hugo Sánchez Márquez». Abrió el marcador que dio la primer victoria en el torneo del pato con gorra azul. Al culminar el encuentro recibió todo tipo de muestras de afecto y felicitaciones; ninguna tan significativa como la que capitán del equipo rival le dio cuándo se alejaban de la cancha:
-«Te la jalaste, pinche escuincle caguengue»-.
A partir de aquella memorable tarde, comenzó a asociar diversas expresiones que escuchaba en su entorno cotidiano. Oía decir que las elecciones del dos mil habían resultado una autentica «jalada» y que el nuevo presidente decía puras «jaladas» al pueblo. También escuchó que el alimento nunca faltaría en el hogar, dado que su padre era bastante «jalador»; contrario a su tío, que experimentaba constantes complicaciones en el «jale». Sin conocer el significado de la expresión, se fue creando una amorfa idea a través de los indicios del término.
Por las tardes pasaba gratos momentos en compañía de su abuelo, al que consideraba su gurú debido a la facilidad que tenía para explicarle las diversas dudas que el universo le planteaba con el pasar del tiempo. En una de esas formidables tardes repletas de sabiduría, acudió a los conocimientos de su «gran patriarca» para solucionar de manera definitiva la agobiante incertidumbre de la terminología que no dejaba de rondar por su mente:
-«Abuelo, ¿Qué significa jalármela?» -
El experimentado anciano no titubeó en responder con el célebre y prodigioso apotegma:
-«¡Dadme masturbación o dadme muerte!».
Al ver la confusión en el rostro de su adorable nieto, tomó una larga bocanada de aire y corrigió con sutileza su repentina enseñanza:
- «Se refiere al ejercicio de la autoestimulación, hijo mío»-
La respuesta recibida no transformó el confuso semblante de su aprendiz, por lo que ya un tanto exaltado, se puso de pie y comenzó a alejarse del pequeño banco en donde reposaba sus amplios conocimientos; sujetando con la mano derecha la bragueta de su pantalón le gritó a la distancia:
-«Jalarle el cuello al ganso; menear la salchicha, niño pendejo»-.
Aquella tarde se refugió en su alcoba para conocer las bondades de lavar la ropa a mano.
A la mañana siguiente sintió que su espíritu había reencarnado en un cuerpo más ligero, en la clase de educación física platicó a sus compañeros el conocimiento adquirido gracias a la invaluable sabiduría de su abuelo. Todos prestaban completa atención a su crónica; la cual ejemplificaba desorbitando la mirada y poniendo los ojos en blanco:
-«Es como si te sacudieran por dentro»– argumentó a su relato simulando el movimiento de una gelatina.
A partir de ese
momento se convirtió en alcahuete y guía de sus allegados, impulsándolos a experimentar las benévolas acciones del
autoaprecio.
Al comienzo de sus íntimas actividades, no
relacionaba ninguna imagen con el ejercicio que tanto placer le generaba. En
muchas ocasiones mancomunaba pensamientos para llegar a su objetivo. Fue
entonces que conoció a Tamara en medio del patio escolar, en el receso. Se acercaba el diez de mayo
y la escuela entera hacia los preparativos para celebrar el festival
correspondiente a la fecha. Por indicaciones de la nueva y moderna directora, aquél día se unificarían los grados y los grupos escolares, con
motivo de mostrar la igualdad de oportunidades a través de las distintas
generaciones. Tamara cursaba el último año de la educación primaria, situación
que era más evidente en su cuerpo que en su retórica; su pecho ya sostenía dos pequeños
relieves tensados con un corpiño, que en cuarto grado aún eran difíciles de distinguir. Para conmemorar la fecha, la progresista directora propuso
llevar al escenario un novedoso compilado de danza folclórica que abarcara los bailes regionales y una adaptación de géneros populares en los
que se incluiría una pieza de cha cha chá.
Una semana de ensayo fue suficiente para
engendrar la secreta obsesión por Tamara, quien resultó su pareja de baile. Pese a los
esfuerzos por ocultar la pequeña protuberancia en la zona frontal de su
pantalón, le fue imposible disimular las irreconocibles sensaciones al sentir el cuerpo de Tamara rozar su cuerpo al ritmo de la bachata dominicana. Pese a ello, mantenía dominio absoluto de sus movimientos, efectuando con elegancia y maestría las vueltas en completa complicidad
con su indiscreta cornetita.
El día del festival llegó; a primeras horas del día se engalanó con vaselina en el cabello y abundante colonia que tomó sin autorización del buró del gran patriarca. Vestía en traje de charro, por lo que los ajustados pantalones generaban un molesto sonido al caminar a causa de los adornos a los costados. El patio de la escuela había sido decorado con tantos colores que parecía el malecón de Veracruz en época de carnaval: papel picado y globos por doquier. Antes de dar por iniciado el festival, la directora aprovechó para presentarse ante los cientos de padres de familia y recitó un fragmento del discurso en la «ONU» de Ernesto Guevara de la Serna, «El Che». El acto inicial corrió a cargo de cinco alumnos que adquirieron pasión por la flauta de pan e interpretaron las mañanitas con el instrumento de viento. En el segundo, acto un par de alumnos del primer y sexto grado respectivamente, recitaron «Mamá, soy Paquito; no haré travesuras...» por lo que consiguieron ser ovacionados algunos segundos. Las lágrimas corrían por el rostro de las orgullosas madres, que no dejaban de limpiar con paños de papel el rímel de sus ojos cristalinos. En efecto, no existe mayor recompensa para una madre que ha sufrido el dolor de parir a un ser vivo, que el absurdo poema de un autor veracruzano.
El acto final de la celebración estaba conformado por el resto del alumnado
en coloridos trajes regionales, los cuales interpretarían una serie de bailes
típicos y una breve pero sofisticada
adaptación de danzas modernas. Era sin duda el acto principal y por el cual habían estado esperando desde un inicio. Debido al desempeño realizado en los ensayos, Tamara y
Onán encabezaban la formación de parejas de baile. Su privilegiada posición al
frente del grupo de danzantes permitiría a los espectadores apreciar a detalle la precisión
coreográfica de la variedad musical. El número culminaba con un solo de baile al
ritmo de mariachi, en el que Tamara y
Onán exhibirían por completo sus destrezas artísticas. Antes de dar la vuelta final, Onán se percató de que Tamara no
traía licra debajo de su falda tipo Adelita. Su intento por
esconderse fue en vano y no pudo contener
sus impulsos, eyaculando por primera vez en su vida; encima de su pantalón de
charro y delante de un eufórico público
que parecía elogiar el vergonzoso momento.
Desde entonces todas las noches, después de
conversar con Dios a través de la oración, apaga la luz de la habitación con
suma cautela; procurando hacer el menor de los ruidos, camina de puntitas para
llegar al segundo piso de la litera que
comparte desde los seis años con su hermano menor. Una vez que certifica el sueño profundo de su compañero de
pieza, recurre al recuerdo de Tamara y los calzones color rosa, que por accidente observó, el día de las madres.
∙ ONÁN ∙
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