| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

| Las pequeñas suertes |

Diciembre 2020

Cambio las palabras de sitio: reacomodo el orden de las letras, prolongo las intenciones y descarto los versos difíciles de pronunciar. Regreso al inicio e intento comenzar de nuevo; movimientos circulares de cuello, espalda recta y masaje en la yema de los dedos. Froto el amuleto que cuelga de mi cuello antes de acomodar los grafemas de una forma distinta por última vez en el año: año de distancias, año de la rata, año de empezar de nuevo y hacerlo mejor.

      Ajusto las manecillas del reloj que permaneció sin baterías suspendido sobre el muro del comedor. Ambas agujas señalan el número once: es una bendición, número mágico, hora celestial, estoy en condiciones de cerrar los ojos y pedir un deseo. Suena la tetera mientras medito: anuncia silbando el punto de ebullición del agua en su interior. Cuchara grande, cuchara mediana, cuchara chica: tres de café, media de azúcar. Ojalá papá Noel se conduela de mí y del asqueroso café soluble que bebo por las mañanas, y coloque bajo el artificial árbol una moderna máquina de espresso, una cafetera italiana o, a sabiendas de sus famosos pretextos y a falta de chimenea, una práctica prensa francesa para acompañar las actividades matinales. Antes de aprender a caminar, a balbucear, a leer o a escribir, se memoriza que jamás se debe brindar con café: lo dicen las tías mientras tiran la baraja, lo dice también el bolero, el jornalero y la señora que talla con fuerza el pavimento afuera de su casa.

      Me tomó desprevenido la llegada del invierno y me vi obligado a participar en una dinámica navideña en un centro comercial. Accedí a vendarme los ojos y ponerle la nariz al reno no para pasar un rato agradable y exhibir mi brújula interna, sino para obtener el calefactor eléctrico que se prometía para el ganador y así poder pasar la temporada en casa: como diosito me trajo al mundo. Un niño apestoso atinó, con ayuda de los presentes, a colocar la esfera roja en el sitio exacto, delegando mi esfuerzo hacia el premio de consolación: un poster del viejito pascuero bajo los efectos de los antidepresivos. Tomé mi paraguas con el rostro de «El Grinch» y me dirigí hacia el centro de la ciudad para apreciar la decoración decembrina antes de refugiarme en mi buhardilla. Admirado por las luces en los faroles, no me percaté que transitaba bajo una escalera y que un  gato negro se escabullía entre mis piernas. Asustado intenté escapar del mal augurio y corrí en dirección contraria. Accidentalmente golpee el espejo retrovisor de un automóvil y éste cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos. Con el cristo en la boca regresé a mi casa y reforcé la seguridad del acceso con una silla recargada en la puerta. Encendí las velas para calentar el recinto, coloqué el paraguas abierto a un lado de la sala y me trasladé hacia la cocina para ingerir un trozo de pan pal' susto. Encima de la alacena, en la esquina de la pared que conduce al fregadero, una enorme mariposa reposaba sin alterar el orden del espacio. En un estulto movimiento, eché los brazos hacia atrás y tiré el salero navideño con forma de muñeco de nieve. Barrí el desastre en el suelo evadiendo las indicaciones de la cábala. Acepto las consecuencias de mis desatenciones y lo estúpido de mis decisiones.

    Escribo y confío en el acomodo de las letras. No permitiré que nada intervenga en el bienestar que merecemos y que ansioso aguarda por nosotros. Guardé las babuchas de estambre, tomé una ducha con albahaca y miel, y salí con las maletas a comprar borreguitos de la abundancia. A pesar de la incómoda sensación que la trusa roja genera en mi entrepierna, no será este el año en que permita a las efímeras sensaciones tomar las riendas del destino. Redacto mis propósitos e incendio los viejos pensamientos, las costumbres y los hábitos que impiden mi crecimiento espiritual.  Cinco cubetas de agua hacia el jardín; digiero las doce uvas consiente de mi alma: no obstruiré con el pasado, el flujo natural de la existencia. Me lavo las manos antes de comer y después de ir al baño. Me cuido de las enfermedades, como también me cuido de los que nos ofenden, no me dejo caer en la tentación y que la magia del caos nos libre de los corrosivos medios de comunicación.  

    Tropiezo con un elefante de madera, un trébol de cuatro hojas cae y reposa sobre mi mano izquierda: creo en el movimiento del viento que desprende las ramas del árbol y en la fuerza de gravedad que mantiene nuestros cuerpos anclados a la tierra. Soplo los dados y me encomiendo a las decisiones acertadas y constructivas. Acaricio el talismán en el bolso de mi chaleco. Qué fortuna conocerte y caminar junto a ti: tu energía se contagia y restaura. Bienvenidos los nuevos ciclos, los intactos retos y las sendas por descubrir. Abracemos al pretérito y el copretérito: al presente perfecto y el incierto futuro. Bienvenidas también las andanzas, las buenas y las difusas. Las risas, el llanto y las copas de vino. Sobre todo bienvenido el destino, los grandes instantes y las dudas perpetúas. Salud por la comunicación a pesar de la distancia, por la mecanografía y las dispersas letras. Brindo por la agonía de traspasar a nuevos lienzos, una vida llena de tropiezos. Por la lectura en el parque, en la sala, en el metro y el baño. Por el ansiado y próximo abrazo que será el más largo de nuestras vidas. Por los que partieron antes y vivirán en el recuerdo hasta alcanzarlos. Por la ensalada de manzana, las figuras retóricas, y las pequeñas suertes de navegar a tu lado.

Feliz año.






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