| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

• A m a n e c e r e s •

 A la torera psicodélica

       Siempre hay tela de donde cortar cuando se lleva como bandera el desvelo. Apenas escucho los primero ladridos de la mascota del vecino y me invade un profundo sentimiento de bienestar  «Vivo, un día más»  me digo mientras busco los tapones para mis oídos debajo de la almohada.

         En cuanto me cercioro que todos mis sentidos se encuentran funcionando correctamente, deslizo mi mano para ubicar el libro en turno, un pequeño doblez en la esquina de la hoja indica los avances de la lectura en turno. Ortega y Gasset me está causando conflictos de entendimiento; un capítulo al día, máximo dos si la cafeína extiende su conocido efecto.

         Me quedé dormido escuchando el documental de Jorge Ibargüengoitia y no encuentro mi celular. Busco entre las sábanas aún destendidas y dentro de la funda de la almohada; debajo de la cama encuentro olvidados tesoros, mas no el dispositivo extraviado. Me dirijo a la cocina para tomar agua, estirarme y  observar si en el interior del refrigerador hay algo listo para regalarle sus treinta segundos en el microondas; elijo una manzana para evitar ensuciar trastes  y pienso que mi salud estaría orgullosa de mis decisiones, esto último lo digo en voz alta y certifico la soledad del sitio que resguarda mi desnudo cuerpo.

       Repaso los pendientes mentalmente, «ninguno para hoy» afirmo sin la seguridad del día en el que me encuentro. En unas horas regaré el jardín y ubicaré en un sitio por separado a los hijuelos de mi agave espadín: «Fausto segundo», le digo de cariño mientras amarro con un mecate sus afiladas pencas. En seis años podría destilar artesanalmente unos litros de licor. «Mezcal Pandemia, del encierro a tus labios».

       Hoy no beberé ningún estimulante del sistema nervioso, mantendré intacta la prensa francesa y la yerba mate. Quiero tomar la siesta después de la comida pero desde que regresé a México me cuesta llevarla a cabo. A pesar del pensamiento generalizado que se tiene de ser una sociedad floja y conformista, hemos perdido la costumbre de dormir después de los alimentos del medio día (pienso lo anterior con la frente en alto y hasta me dan ganas de entonar el himno nacional).

      De vuelta en mi habitación, agito la ropa de cama para localizar mi averiado teléfono y aprovecho para extender la colcha y abrir las ventanas. Seguro se quedó sin batería mientras los videos se reproducían y lo aventé por accidente en algún sonámbulo movimiento. Antes de tomar una ducha sujeto mi toalla y me coloco las sandalias que compré a precio de rebaja en la frontera de Santana do Livramento, Brasil. Tras observar con detenimiento mis líneas de expresión, me quito la camisa y la arrojo junto a los pantaloncillos cortos que desprendo de mis largas piernas; cuando me dispongo a hacer lo propio con los calzones, escucho un objeto golpear el suelo del baño.  Encuentro por fin mi teléfono el cual tiene la pantalla húmeda, al pasar las manos por mi trasero me percato que permaneció pegado a mi nalga izquierda toda la noche. De inmediato lo conecto a la corriente eléctrica para poder escribirte.

Buen día, querida ¿Cómo amaneciste?





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