| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

P e z Ǝ t e r n o ∙

Pero es verdad que escribir
 no consiste en levantar la mano hacia el cielo. 
Escribir no consiste para nada en bendecir.
Escribir es bajar la mano al suelo o a la piedra, 
o al plomo, o a la piel, o a la página,
 y es anotar el mal.
Pascal Quignard.

   Y escucho rechinar la puerta de la habitación en la que reposa mi cuerpo. Observo las puntas de un pie descalzo asomarse por la rendija que permite el discreto acceso a la franja de luz. Continúa la puerta en movimiento hasta que consigo reconocer un par de pies desnudos que se posicionan bajo el marco de la entrada. Dirijo la mirada en vertical hasta llegar al rostro y compruebo que soy yo quien ha venido a visitarme: soy yo quien ha venido a despedirse de mí. Lo primero que me pregunto es cómo me encuentro, si necesito algo, y a mí me da una inmensa alegría volver a escuchar mi propia voz y más aún sentirme sentado a un costado de este lecho. Y miro con detenimiento mi rostro al mismo tiempo que intento localizar alguna de mis manos. Y sujeto una de ellas con las fuerzas que me restan y me digo a mi mismo que tengo miedo, que no estoy entendiendo lo que está sucediendo, y froto la mano que he conseguido alcanzar mientras me escucho decir que todo estará bien, que ha llegado el momento de volver a casa, a ese enorme santuario en donde reina la calma, a la luz desconocida, y que debo tener la seguridad de que todo se encuentra bien y nada me faltará. Y por algunos instantes consigo una paz que hace años no experimentaba. La estática en la radio no contribuye a un estado de sosiego. Ahora veo mi cuerpo en posición de cuclillas en dirección hacia mí, permanezco acostado porque apenas puedo ponerme en pie, pero agradezco y pido disculpas por todo, porque si de algo estoy seguro es que no puedo partir sin ofrecerme una verdadera disculpa, y me digo una y otra vez que no debo preocuparme por eso en este momento, porque en el fondo siempre he sabido que crecí admirando su indestructible fortaleza; por haberle ganado innumerables batallas a la vida, o a la muerte, o qué sé yo, y que ha librado un par de pesadillas con la frente en alto y eso siempre lo reconocí en silencio, y me digo que ahora estoy más cerca que antes de dejar para siempre cualquier tipo de sustancia que consiga alterar mi conciencia, porque en ocasiones me permito algo de esto y algo de aquello, y que la vida está llena de trampas y acertijos; accidentales manchas sobre el lienzo, pero que por ahora debo descansar y no pensar demasiado en nada. Y a pesar de que no tengo ni la más remota idea del por qué estoy aquí, no dejo de pensar en mis debilidades: en cada uno de mis tropiezos. Porque nadie mejor que un narcisista retirado para enlistar cada uno de los tormentos. Ya que uno está medianamente consciente del mal que se auto aflige, pero jamás dimensiona el daño que se le hace a los seres que verdaderamente se entrañan. Y en medio de la habitación en la que me encuentro pienso que uno nunca altera el curso de la existencia de nadie, porque las cosas son como deben ser y nunca se sabe que distintas podrían haber sido en tales o cuales circunstancias. Aquella tarde que discutimos sin freno, en medio del silencio, vi por vez primera mi alma reflejada en tu mirada, supe que somos la misma ánima habitando en distintos cuerpos: ambas partes la misma parte y al revés. Y me aferro como siempre a decir nada con certeza, porque soy dueño de un espíritu inescrutable y me devora la insatisfacción. Y debo externar mis disculpas por no dedicar el tiempo debido a mi núcleo familiar, por el derroche económico y espiritual: por desperdiciar valiosos años cuerpo en las inmensidades del exceso. Por el momento lo único que necesito es mantener la calma, lo sé, sentir mi ritmo cardiaco, apreciar cada latido de mi corazón. Porque si algo ha de suceder seguramente es porque así debía haber sido, y así son las cosas, sin más. Y pues es claro que si Dios existe está sin más, sin mayores argumentos que comprueben su existencia, pero aquí los creyentes son los que más alejados se encuentran del sentido verdadero de Dios, porque Dios no está en ningún sitio, radica en uno, porque los últimos serán los primeros, o algo así se encuentra plasmado en las escrituras. Y merece la pena alejarse mucho de Dios para entender cierta esencia. Yo he blasfemado lo suficiente y no he de conocer el arrepentimiento, porque así es como debían ocurrir las cosas; las palabras, mis movimientos, el desarrollo, el crecimiento: todo. Y pienso que no debe faltar mucho para reunirme con aquellos que antes se han marchado. Deben ser estos los últimos instantes de la vida, así es como se perciben. Y ante todo prefiero la soledad, pero me siento satisfecho con tu visita, que es mi visita, y que logremos comunicarnos al menos una vez más. Y así es como debían marchar las cosas, porque nadie más en esta extraña realidad hubiese entendido el verdadero significado de las caídas. Porque yo no me lancé al precipicio, me aventaron, y sucedió desde algún sitio que nuestros ojos y entendimiento no logran percibir, e hicieron bien, porque esto que aquí llaman vida había perdido toda clase de significado y la agonía parecía no tener fin. No fui yo, o sea tú, quién me encontró en medio de aquellas escaleras. Fuiste tú, o sea yo, la única persona que podía hacer frente al misterio de la invisibilidad. Y bien has experimentado que un padre te visite en sueños y no entender absolutamente nada, despertar y encontrarte confundido, como seguramente estás ahora tú, o sea yo. Solamente somos tránsito. Ocupamos por muy poco el envoltorio corpóreo, y volvemos al sitio que pertenecemos para volver a empezar. Y confía en el trayecto, que es absolutamente efímero. Se un pez eterno y ama por sobre todas las cosas. Cuida de m[t]í. Hasta aquí el dictado: gracias por prestarme tus manos.
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