| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

A R A C U A N ∙


A Max: 

"Anhelo la aventura, la dificultad,
 el peligro; tengo hambre de realidad,
de cometidos y acciones, y aún de miserias y sufrimientos."
Herman Hesse
.


     [11:11] ¡Pide un deseo! Comenzaré a escribir el gran relato. Giro el rostro en dirección del antiguo reloj de péndulo para leer la hora que jamás nos ha pertenecido y que, por lo visto, no volverá al imaginario. ¡Advertido estaba! El tiempo no es más que un invento del hombre moderno intentando sobreponerse a la relatividad general y a la segunda ley de la termodinámica. Pero conservemos la calma, no seremos traicionados por ahora: recuerda que en el pasado, en otros planos sensoriales, quizá, ya hemos formado parte de la brisa cósmica.

     No hay vuelta atrás, la máquina transita sola. Las rocas se desmoronan en el suelo al recibir la suntuosidad de nuestros pies descalzos. La estrella suspendida en lo alto del combado cielo raso dirige la trayectoria sobre el campo. El crujir de la hojarasca armoniza la vacuidad sonora que resguarda cada una de las montañas. Visto desde el promontorio, se hace evidente que los caminos estrechos nos pertenecen desde su creación: transitamos sin prisa por cada sitio que se abre a nuestro paso. Resplandece el páramo y, desde este punto, carece de importancia si la balsa en la que me encuentro se balancea a ritmo acelerado; me reconcilio con la luz interna en ocasión del inevitable zarandeo.

    Como era natural, llegaron las letras uniformadas a desequilibrar la jornada. Aquí toda palabra está de más. Viro el rostro buscando el medidor de tiempo; instrumento inerte: receptáculo de arena. Al fondo repican las maderas. El primer presentimiento, en otro ciclo existencial, fue imaginar las gotas rebotando sobre el tejado; vendaval de peces, sueños encerrados, aves limícolas, marimbas sin aparente movimiento vibratorio. En forma parecida redoblan los tambores intentando evitar el peligro de aburrir a los lectores. Por cierto, hablando de objetos creados por el hombre, contemplo absorto el lápiz sin punta de color amarillo y borrador rosa pastel reposando sobre el escritorio de madera a un costado de la taza negra cuyo contenido desconozco. Lo observo con inalterada atención y de forma parecida descubro que mi ordenador reproduce una caricatura que me remite a cierto estado de paz. –“En algún momento del presente debo comenzar a escribir, no hay prisa. Toda obra requiere su inexplicable tiempo de gestión”-: me repito silenciosamente para mantener en calma a mi mente tras soltar una exasperante bocanada de oxígeno que perfectamente pudiera ser la última de mi ciclo en la esfera.

   Uno de nuestros más importantes soldados ha desaparecido. Nos ha encomendado la ardua misión de conocer a profundidad el órgano más complejo de la especie: el cerebro. O lo han desaparecido, o ha cruzado un portal inasequible y aguarda a su ejército de chamanes sintérgicos en el interior de una montaña. Intentan adormecernos y lo están consiguiendo. Se deteriora nuestra capacidad crítica a medida que permitimos a los medios masivos formar parte de nuestros días.

     A hora propicia abandoné las redes sociales. Me convertí en desertor de las plataformas digitales en el momento más inadvertido. Imaginando un presente de provecta creatividad literaria, cerré una a una e indefinidamente las puertas a los antiguos refugios de ocio: he logrado escribir poco menos que nada. Aún con lo anterior, reemplacé el profundo gozo de consumir basura en mi dispositivo, por una especie de atención plena al instante y continua introspección. Olvidé del todo el cuerpo y la razón. La mente parece estar enferma, uno construye un mundo mental que se superpone al mundo real y lo bloquea. Crucé el límite para conocer el comienzo: estar en el presente para ver las cosas realmente como son.

     Realizo diversos ajustes de posición en los vestigios de mi cuaderno de anotaciones para intentar construir un párrafo decente; digno de mis cultos y distinguidos lectores. Letras apiladas que en suma constituyan un texto que consiga salirse con la suya en la difícil tarea de traspasar sus emociones y su extraordinario formato de vida. Sacudo ambas manos y flexiono los brazos. Coloco la espalda recta y repaso con atención los pranayamas memorizados; inhalo profundo y exhalo a ritmo pausado. Ejecutaré una serie de Mudras para activar la energía Kundalini. En la pantalla de mi ordenador, “Los tres caballeros”, de Disney, hacen su inesperada aparición. El pato Donald sucumbe mis deseos de meditación y pierdo la atención a mi respiración. Un pájaro alienado gira inconexo por la integridad del monitor e invita a formar parte de su danza inusual rompiendo en pedazos mis insulsos garabatos. Mañana comenzaré a escribir el gran relato. Por hoy, solo por hoy, únicamente anhelo cantar y bailar con el Aracuan.



Artista : Lady J.R. Stefanie.

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