| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

EL HABITANTE por MSYLDER.

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    Justo ahora me es imposible recordar si recibí algún tipo de señal que me advirtiera acerca de los hechos que estaban por ocurrir. Quiero decir una señal o advertencia propia: espasmos en las piernas, sudoración excesiva, intranquilidad, un presentimiento, una corazonada, cualquier mierda de esas, no lo sé con exactitud. Y digo advertencia propia, puesto que las advertencias ajenas siempre me han importado un carajo. No te metas en lo que no te importa –solía decir mi abuela–. Ese era su mejor consejo. Mi abuela era una vieja cabrona que en verdad parecía hablar con conocimiento total de la causa, y a pesar de ello, todos sus consejos, por muy buenos que me pareciesen, siempre me importaron lo mismo que los del resto de las personas. Nunca se trató de subestimación hacia las palabras o ideas de los otros, desde el principio fue una simple cuestión de preferencia; es decir, desde un inicio me incliné por el instinto propio, por la búsqueda personalizada, el andar de aquí para allá, luego más lejos, en los confines de mi mente, por ejemplo, metiendo las narizotas en todas partes como un perro sabueso. Quizá sea por ello que ahora me encuentro aquí. Desde aquí, donde quiera que eso sea, pienso y analizo, después acallo los pensamientos y permanezco sin más: soy privilegiado.

   Respecto al lugar que ocupo, diré que es posible que me encuentre dentro o fuera, como también es posible que me encuentre dentro-fuera o fuera-dentro, o todo al mismo tiempo. Decir que desconozco el lugar y tiempo exacto que ocupo en este instante, es tan sencillo como admitir que quizá lo desconozco todo. Una vez dicho esto, debo aclarar que no me parece que exista aquí un planteamiento filosófico de espacio orden posición, sino, tal vez, una revelación para idiotas que pretende evitar cualquier tipo de pregunta.

    Si me encuentro dentro, es dentro de un frasco. Un frasco de vidrio. Un frasco de vidrio con inscripciones. Un frasco de vidrio con inscripciones grabadas. Un frasco de vidrio con inscripciones grabadas en un sistema de escritura que desconozco... Es un frasco parecido al que observé alguna vez dentro de un laboratorio. Aquél frasco contenía el feto de un cerdo o quizá de algún otro animal, no logro recordarlo con exactitud. Ese mismo frasco tenía una etiqueta blanca pegada al centro, es probable que en ella se especificara su contenido; sin embargo, no lo sé, puesto que ese lejano día, un sonido fuerte me distrajo justo cuando me disponía a dar lectura a la descripción impresa sobre la etiqueta. Este frasco, por su parte, contiene una serie de inscripciones y es posible que en ellas también se detalle su contenido, mismo que posiblemente sea yo, pero eso tampoco lo sé y aunque tratase de descubrirlo justo ahora, fallaría en el intento, porque, como ya he mencionado antes, dichas inscripciones están grabadas en un sistema de escritura que desconozco. Si he hablado acerca del frasco del laboratorio es únicamente para señalar que ambos parecen ser similares en proporciones y composición: frascos de vidrio aparentemente comunes y corrientes, al menos desde mi punto de vista; aunque, claro está, son datos completamente irrelevantes.

    Desconociendo si me encuentro dentro o fuera del frasco, tengo el atrevimiento de decir que tal vez, tanto el frasco como yo nos encontramos dentro de una habitación. Una habitación sencilla cuyas paredes desgastadas se desmoronan en diferentes puntos. Frente al frasco, frente a mí, o frente a ambos, como sea que esto sea, la pared comienza a desmoronarse justamente a unos cuantos centímetros por debajo de la esquina superior izquierda. Uno tendría que acercarse lo suficiente para poder apreciar este detalle, ya que no es fácil percibirlo a la distancia. Es por eso qué, en ocasiones, pienso seriamente que me encuentro fuera del frasco y que tengo la posibilidad de recorrer libremente la habitación; sin embargo, después de un rato ese pensamiento se extingue y uno nuevo me dice que también es posible que simplemente esté observando con detenimiento, enfocando diferentes puntos y ángulos, recorriendo libremente la habitación solamente con la mirada. La pared de la derecha se desmorona justo al centro. Lo más probable es que al entrar al lugar las personas notaran dos grandes cosas: primero, la ausencia de conexión wifi y después, el tremendo daño que ha sufrido esta pared, que tan solo con verla hace pensar que más temprano que tarde toda la habitación caerá en pedazos. A veces pueden observarse partes de cemento desprendiéndose de esta pared, provocando un ruido molesto al caer sobre la mesa, sobre el florero de plástico transparente y sobre los restos de una jarra de cristal que yo mismo vi reventarse en cientos de pedazos al caerle encima un pedazo grande de cemento. He pensado que pronto se formará un agujero en ella y que tal vez así podré observar del otro lado. No es que tenga la menor curiosidad por saber qué hay del otro lado, es que desconozco si podré mirar del otro lado si el agujero llegara a formarse. Menciono esto porque algo extraño ocurre cada vez que creo acercarme a la puerta para intentar abrirla y echar un vistazo hacia afuera; pero ese es un tema aparte. La pared en que se encuentra la puerta tiene cinco grietas grandes que se extienden desde los marcos hasta la pared del centro y hasta la pared en donde se encuentra la repisa que sostiene al frasco. La cuarta pared, que no he mencionado aún, tiene múltiples grietas, tantas que sería complicado contarlas para poder definir el número con exactitud; sin embargo, estas grietas son pequeñas y de ninguna manera pueden compararse con las del resto de la habitación, aunque es posible que más tarde lleguen a tener el mismo tamaño que las otras, o quizá uno más grande, a menos por supuesto, que las paredes se derrumben repentinamente antes de que esto ocurra. Por la descripción escueta que he dado acerca de la habitación, podría pensarse que es una habitación antigua, sin embargo, la pintura que cubre las paredes, exceptuando los sitios agrietados, luce brillante y la puerta bien pulida, los muebles y los objetos que ocupan el interior de la misma se encuentran en perfectas condiciones: la mesa, el sillón, las sillas, el banquillo, el celular (aunque, sin batería), el Nintendo, el librero y la repisa sobre la que se encuentra colocado el frasco: todo eso en buen estado. El televisor no, el televisor está roto y sus restos esparcidos sobre el piso. Es posible que antes se encontrara sobre el banquillo, quizá cayó durante el sismo, aunque es extraño que el frasco no cayera de la repisa. Si el frasco hubiera caído de la repisa y reventado al impactar contra el piso, ahora mismo podría afirmar que no me encuentro dentro de él, pero olvidemos eso, que en todo caso no importa. Finalmente diré que esta no me parece una habitación vieja; en todo caso me parece una habitación construida con materiales baratos, aunque no lo sé, supongo que podría ser cualquier cosa.

    Me parece recordarlo bien. Creo que hace unas cuantas horas o ¿días?, ¿acaso años?, hubo un sismo. Puedo suponer que el ocupante de esta habitación tembló de miedo al escuchar el ruido del cemento crujiendo y que después salió corriendo al observar que las paredes se desmoronaban. También puedo suponer que quizá pensara que el quinto sol había llegado a su fin y que pronto llegaría algún terrible Tzitzimime para arrebatarle la vida. No es para menos, posiblemente fue un sismo fuerte y si a eso le sumamos mi creencia de que la última lectura del habitante giraba en torno a la cosmovisión mesoamericana, todas las piezas parecen encajar. El libro que se encuentra sobre el sillón está abierto en la página sesenta y cuatro y la profecía del fin del quinto sol está subrayada con color rojo. Justo a un costado de esta profecía, rozando el borde del papel, hay una serie de líneas horizontales dibujadas con lápiz. Tal vez el habitante intentaba completar un hexagrama. Hay dos monedas cerca de la puerta y una tercera más que se encuentra debajo de los restos del televisor, de la cual puede observarse únicamente su canto estriado. Parece que el habitante era fiel creyente de las artes adivinatorias, especialmente del I Ching. Quizá nunca sepa con exactitud si las monedas resbalaron de su mano, provocando una tirada accidental, o sí, por el contrario, él mismo las lanzó y olvidó completar el hexagrama sobre el libro y recoger las monedas; por otra parte, podría deducirse que el habitante observó las monedas sobre el piso y que completó el hexagrama mentalmente, marchándose inmediatamente después, sin haber dibujado la última línea sobre el libro, llevándose consigo el resultado de su tirada… Tal vez esto no ocurrió así y ocurrió de otra manera, pero sin importar como haya sido, su suerte ya estaba echada.

    Al parecer mi suerte también está echada. Cada vez que intento salir de este sitio tengo la sensación de que mi vista se nubla y cuando logro recuperarla, la habitación vuelve a dibujarse frente a mí desde la posición del frasco. Es por ello que he dejado de intentarlo; sin embargo, desconozco cuánto tiempo ha pasado desde mi último intento. La habitación no contiene un reloj que me permita conocer la hora y medir el tiempo. Creo que alguna vez aprendí a distinguir la hora del día observando únicamente la posición del sol en el cielo y ahora heme aquí, dentro de una habitación que de no ser por la bombilla eléctrica que cuelga justo al centro del techo, se encontraría en completa oscuridad. En este momento he imaginado a Tales en el antiguo Egipto, de pie, justo a un costado de la majestuosa pirámide de Keops, iluminado por una gigantesca bombilla eléctrica de obsolescencia programada; aunque pensándolo mejor, conviene aclarar que no he imaginado al propio Tales, sino que he imaginado la imagen que me he formado de un tal Tales, en un escenario diferente al que, según me han dicho en el pasado, ese tal Tales ocupó cierta vez; pero ¡vaya! tales pensamientos han comenzado a confundirme. A veces pienso cosas que después olvido, a veces creo recordar las cosas que olvidé y comienzo a hablar sobre ellas sin detenerme a pensar, pero después guardo silencio, pues pienso que las he recordado incorrectamente o que quizá ni siquiera ocurrieron; en otras ocasiones simplemente mantengo la mirada fija sobre la bombilla eléctrica y me abstraigo con su luz; sin embargo, después de un rato descubro que la abstracción se ha convertido en distracción y que, sin notarlo, he dejado de mirar la luz para observar las sombras de los objetos proyectadas sobre el piso y las paredes, y precisamente ahí, creo distinguir por un instante la justa medida de mi propia estupidez.


   El fabricante de la bombilla eléctrica se ha limitado a dar estimaciones sobre las horas de funcionamiento de la misma, así que medir el tiempo de estadía dentro de la habitación tomando como referencia otra estimación es a todas luces un trabajo absurdo. Además, debo considerar que no alcanzo a recordar un momento en que la habitación no estuviera alumbrada por la bombilla y que desconozco el momento exacto en que fue encendida. Es posible que así lo haya estado por un largo rato. Supongo que lo mejor es pensar que puede apagarse en cualquier instante, sin previo aviso. En ciertas ocasiones, cuando la bombilla eléctrica comenzaba a dar repentinos destellos intermitentes, yo suponía que su funcionalidad había llegado a su fin, entonces esperaba con paciencia el gran momento; sin embargo, después de un instante que me parecía eterno, el destello intermitente cesaba y la bombilla continuaba alumbrando la habitación con normalidad. Una pérdida del tiempo que desconozco y que ni siquiera me importa. En algún momento que no alcanzo a recordar, decidí dejar de especular sobre el futuro de la bombilla y mantener mi pensamiento independiente y ajeno al funcionamiento de la misma. Recuerdo que para algunas personas las cosas no eran tan sencillas, pues, cuando les ocurrían este tipo de incidentes, se empecinaban en arremeter en contra del fabricante. Comenzaban a llamarlo embaucador y a proferir otras tantas injurias en su contra; pero, tarde o temprano llegan a la conclusión de que era más fácil dejar de quejarse y remplazar la bombilla, el objeto o la cosa descompuesta, para después continuar con sus molestos quejidos lastimeros a causa del clima, el capitalismo, la política, la insatisfacción sexual, la batería baja del teléfono celular o el tránsito vehicular. Por esta razón he concluido que lo mejor es dejar que las cosas sigan su curso, evitando a toda costa el reemplazo, ya que con el reemplazo empieza una nueva espera, seguida por un nuevo fin y después otro reemplazo, convirtiéndose la situación en un cuento de nunca acabar, a todas luces un esfuerzo vano e innecesario.

    Así que mientras la bombilla permanece encendida o finalmente se apaga; es decir, mientras las cosas ocurren tal y como ocurrirán, decidí entretenerme creando una explicación. Muchos buscan explicaciones, pero yo busco una explicación no racional, sino fantástica y no universal, sino concreta. A esto me ha dado por nombrarle el paso del logos al mito, el paso de la razón a la fantasía, el encuentro con la verdad primera y la verdad última: la conquista de la piedra angular. Eliminar las preguntas facilitó mi búsqueda, así que, sin pensarlo, opté rápidamente por la opción del espíritu chocarrero. En cierta ocasión escuché hablar acerca de un tipo que buscando un tesoro encontró una maleta enterrada en un antiguo cementerio y dentro de ella, en un compartimento oculto, aunque no precisamente difícil de encontrar, halló un frasco grabado con extrañas inscripciones. Extrajo el frasco de la maleta y lo examinó de cerca, mirando a través del vidrio. Aparentemente el frasco estaba vacío, pero su curiosidad lo llevó a girar la tapa y al hacerlo liberó al espíritu que habitaba dentro. El sujeto corrió despavorido, pero el espíritu comenzó a perseguirlo hasta llevarlo a los confines de la locura; después maldijo a todo aquél que osase descifrar las inscripciones y regresó al interior del frasco. Se dice que las inscripciones detallan con precisión los hechos que habrán de acontecer el día del fin del mundo y que aquél que pueda descifrarlas desencadenará el comienzo del fin. Algunos afirman que el espíritu es el guardián encargado de evitar que esto ocurra, pero yo creo que es solamente un espíritu chocarrero, de esos que se divierten sacando un buen susto a los incautos. Quizá en alguna ocasión me estremezca al observar que alguien se acerca al frasco, dispuesto a descifrar las inscripciones; aunque quizá yo mismo impida el comienzo del fin y así descubra de una vez por todas que estoy dentro del frasco y que yo soy el espíritu chocarrero.

    A veces pienso en el abandono y no puedo evitar recordar a aquél que abandonó todo para vivir dentro de un tonel; a veces me recuerdo: un cínico, un habitante abandonado a todo y no puedo evitar pensar en el abandono, la frugalidad, la vanidad, la banalidad y la estupidez, pero ¡bah!, de buena gana, si el televisor estuviese en buen estado y no roto, con sus restos esparcidos sobre el piso, me las ingeniaría para encenderlo, aún sin el control remoto. En verdad lo haría. Así podría mirar una buena comedia de situación en este justo momento y de esta manera olvidar todo ese asunto de la habitación, del frasco, de la ausencia de conexión wifi, de la bombilla, del espíritu chocarrero, del fin del mundo, del abandono, de la frugalidad, de la vanidad, de la banalidad y de la estupidez por un buen rato, pues, de cualquier forma, es posible que las respuestas lleguen después y después las risas enlatadas y después los aplausos sucediendo a las risas enlatadas; así como las risas enlatadas, quizá suceden a las respuestas que tanto se están buscando.


Arte: Xoana Elias, Winter stroll.



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