| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

CinderElla y Él, príncipe azul por Msylder

HISTORIAS DIFÍCILES DE CREER QUE REALMENTE OCURRIERON.

CinderElla y Él, príncipe azul.

– ¿Sabes qué hizo? – preguntó Ella.

– ¿Qué hizo? – respondió Él, llevando el rostro hacia adelante, levantando las cejas y abriendo bien los ojos, mostrando un falso interés excesivo con una mueca forzada, utilizando una pregunta como respuesta.

– Encendió el coche y se largó. Me dejó ahí en la calle, tirada bajó la lluvia – contestó Ella, enfatizando de manera especial la palabra <<tirada>>, con un ademán de mano que apuntaba al piso, dejando bien claro que había recibido el trato de un simple objeto, una cosa insignificante, mejor dicho: una basura cualquiera.

– ¡Maldito imbécil! – dijo Él con palabras calculadas, golpeando la mesa con el puño cerrado, en un acto mecánico y robotizado que no expresaba ningún tipo de sentimiento –, no entiendo cómo pudo tener el atrevimiento de tratarte de esa manera.

- ¡Y eso no es lo peor! – dijo Ella subiendo el tono de voz al evocar otro recuerdo, cómo si el solo hecho de añadir que existió algo aún peor, la hiciera merecedora de un reconocimiento o una medalla –. Yo llevaba puesta esa ropa, tú sabes… de piruja, de golfa, de puta; porqué él tiene esos malditos gustos y yo, yo… – tomó todo el aire que sus pulmones le permitieron contener, hizo una breve pausa y estuvo a punto de decir algo, pero finalmente se tragó sus palabras, después sopló entre dientes y su cuerpo empezó a desinflarse como un globo al que se le deja escapar el aire lentamente; bajó la mirada, apoyó el codo sobre la mesa y se llevó la mano a la frente, acongojada.

- Tranquilízate – dijo Él cogiéndole la mano libre que reposaba sobre la mesa.

- Yo solamente quería agradarle – dijo Ella con la voz quebrada, levantando el rostro, mostrando sus grandes ojos de borrego a medio camino del matadero y retirando la mano al momento –, realmente quería agradarle; así que me puse esa minifalda, me enfundé las piernas en medias negras y me calcé esas zapatillas transparentes de vil puta. ¿Qué diablos estaba pensando?

La mesera que se aproximaba para tomar la orden detuvo la marcha (¡Huy!) al escuchar la palabra <<puta>> en medio de la conversación, se dio la media vuelta con pasos discretos, fingiendo no haber oído nada y se puso a limpiar una de las mesas aledañas con movimientos circulares, utilizando una franela roja.

- ¡Imbécil! No me cansó de decirlo – continuó Él, utilizando el mismo tono insípido –. Tú mereces una persona mejor, no a un tipo de esa calaña, tu mereces a un verdadero hombre – dijo inflando el pecho de manera ridícula.

- Estoy harta de esto, realmente estoy harta de esto, siempre me tocan los peores, los patanes, los barbajanes – dijo Ella bajando la vista.

- Pronto llegará un buen hombre a tu vida, que te trate como lo que realmente eres – dijo Él, acercando la mano a la mano de Ella –: una verdadera dama, una princesa.

Como si se tratase de un impulso natural, tan natural como dar dos pasos hacia atrás al encontrarse al borde de un precipicio, Ella recogió la mano al sentir el roce de aquellos dedos largos, flacos y fríos como la escarcha, luego se acomodó el brazalete dorado que le rodeaba el antebrazo, empujándolo hacia arriba, liberándose así de la presión que este ejercía sobre su muñeca y que le había dejado una marca circundante entre rojiza y purpúrea sobre la piel. Él echó el cuerpo hacia atrás, se rascó la punta de la nariz, se cruzó de brazos y quedó en espera de una nueva oportunidad para establecer contacto físico.

- Lo dudo mucho – dijo ella secamente –. Ya no quedan hombres buenos en el mundo.

- No digas es…

- Pero aún no te he contado lo peor; es decir, lo más terrible de todo – interrumpió ella; apagando la voz exaltada que pretendía convencerla de lo contrario; tapándose los ojos de vergüenza y esbozando una sonrisita corta –. Pasó a recogerme minutos antes de las diez de la noche. Tocó el claxon dos veces. Yo lo vi dentro del auto, a través de la ventana. Salí de prisa, con la mejor de mis caras; me maquillé y me peiné durante dos horas enteras – aclaró antes de continuar –; y antes de que pudiera abrir la boca para saludarlo. Súbete al coche. Su olor inundo mi olfato, ¡diablos! ¡siempre huele tan bien! Cuando cerré la puerta él comenzó a hablar seriamente, me dio instrucciones claras y precisas. Escúchame bien. Voy a conducir hasta la calzada de Tlalpan. Cuando llegue a Cadiz te vas a bajar del auto y vas a esperar parada en la esquina. Yo voy a dar un par de vueltas y cuando finalmente detenga el automóvil frente a ti y baje la ventanilla, tú vas a acercarte lentamente, vas a levantarte la falda y vas a enseñarme las bragas. Te voy a preguntar, ¿cuánto cobras?, y tú vas a contestar, cincuenta pesos, entonces voy a preguntarte, ¿así que eres una puta barata, cierto? Me vas a guiñar el ojo izquierdo y yo voy a ordenar que te subas al auto, ¿entendiste bien? Yo pensé que todo se trataba de un simple juego erótico.

- ¿Por qué? – preguntó Él con verdadera intriga, juntando las cejas, mostrando por primera vez una emoción sincera –. Una chica inteligente como tú, bonita, culta, de buena familia, con un barbaján como ese, ¡un maldito cerdo depravado!, ¿por qué? No puedo dejar de preguntarme ¿por qué?

- Me dejó en la esquina de la calle – continuó Ella sin responder a las interrogantes de su interlocutor –. Yo lo vi marcharse, doblar en la esquina y después regresar, pasar frente a mí y seguir de largo en dos ocasiones. Cuando regresó por tercera vez detuvo el auto, así que me acerqué lentamente como él me lo pidió y me levanté la falda; cincuenta pesos, contesté a su pregunta; le guiñé el ojo izquierdo, después subí al auto al sonido de su voz, con el corazón latiendo fuertemente dentro de mi pecho. Todo salió de acuerdo a sus instrucciones. En cuanto cerré la puerta, se puso en marcha inmediatamente. Tenía el semblante serio, manejaba con una sola mano al volante. Iba callado, pero de ninguna manera parecía que pensara en algo, simplemente manejaba relajadamente, como si tuviese todo perfectamente calculado. Yo veía el camino por delante y veía su rostro y veía mis pies calzando esas hermosas zapatillas de puta. De alguna manera tuve la sensación de que la chica sentada en el asiento del copiloto era otra persona. Comencé a excitarme. Supongo que fue la incertidumbre de saber qué rayos pasaría después… Aunque pensándolo bien, debo decir que fue la certidumbre de saber que él era el único que sabía lo que pasaría después. Hasta ese momento las cosas se habían hecho a su manera y con su silencio parecía decirme: las cosas se seguirán haciendo a mi manera, puta.

Después de haber escuchado la palabra <<puta>> en cuatro ocasiones más (¡Huuuuy!¡Qué interesante!), la mesera, que había seguido la conversación manteniendo todo el tiempo la oreja bien parada mientras limpiaba una y otra vez las mesas que ya estaban limpias, se convenció a sí misma de que el momento oportuno que estaba esperando para acercarse a tomar la orden jamás llegaría, así que respiró profundamente (El chisme para después, negocios son negocios) y avanzó con paso firme y decidido hacia la mesa y en su camino sacó un bloc de notas y un bolígrafo del bolsillo trasero de su pantalón.

- Buenas noches ¿Desean ordenar algo? – preguntó con voz firme pero natural, interrumpiendo la charla de la misma manera; es decir: naturalmente.

Volvieron el rostro hacia la mesera; después Él, poniendo cara de galancete de telenovela de horario estelar, miró a Ella y le apuntó con el dedo índice.

- ¿Qué quieres tomar, preciosa? – preguntó.

- Un whisky doble en las rocas – contestó Ella.

(¡Vaya, pero si es uno de esos galanes!) La mesera aguantó la risa que su propio pensamiento le provocó, volvió los ojos hacia al techo y dándose golpecitos en la barbilla con el bolígrafo, mencionó un largo listado de güisquis de memoria, empezando por los más baratos.

- Quiero un Johnnie Walker – dijo Ella y enseguida agregó: blue label, por favor.

La mesera asintió con un movimiento de cabeza y dijo: lo mejor de lo mejor; tomó nota en su libreta y después, viéndolo a él, preguntó:

- Y el caballero, ¿qué desea tomar esta noche?

- Lo mismo que la dama – contestó Él con una sonrisa de oreja a oreja[1], exhibiendo su apiñamiento dental.

- ¿Desean ordenar algo para comer?, ¿le apetece algo en especial caballero? - Por el momento estamos bien – contestó Ella tomando la iniciativa.

(Y así es cómo se ve quien lleva los pantalones puestos) Agregó un trago más a la orden, se puso el bolígrafo sobre la oreja y se marchó con el bloc de notas entre las manos, no sin antes prometer a los comensales regresar con los tragos a la brevedad posible.

- Ya te lo dije. No tienes razón alguna para aguantar a ese cerdo. Las cosas pueden ser distintas desde ahora… si tú lo quieres y te das la oportunidad.
 
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1] Cuando la ignorancia es felicidad, es una locura ser sabio. Thomas Gray. Él desconoce el precio del güisqui.

Ella se hizo de oídos sordos. De ninguna manera estaba dispuesta a ceder la palabra.

- Traté de llamar su atención subiéndome la falda y mostrándole el encaje de las medias; pero él continuó inmutable, con una mano firme sobre el volante y la otra sobre la palanca de velocidades, cerca de mi pierna izquierda. Pensé que estaba molestó conmigo, pensé que, de alguna manera, sin saberlo, lo había hecho enojar; así que estiré la mano y comencé a acariciarle la entrepierna con la esperanza de sacarle un par de palabras que me despojaran de toda esa maldita incertidumbre; pero su silencio era inquebrantable, ni siquiera logré arrancarle una risita o un simple gesto. Se veía tan guapo manejando, se veía tan…

- ¿Qué pasó después? – interrumpió Él, justo después de carraspear, impidiendo que Ella continuará halagando a semejante tipejo.

- ¿Después? Continuó conduciendo durante unos cinco o diez minutos más – habló Ella entornando los ojos para acercarse lentamente a sus recuerdos–. Finalmente se estacionó en un lugar obscuro y apartado y sacó la cartera de su chaqueta, hurgó dentro de ella por un momento. Supongo que ya no aguantas las ganas ¡eh!, puta. Acercó la mano hasta mis piernas y me puso un billete debajo del encaje de la media, después giró el cuerpo, recargó la espalda en la puerta y me vio directamente a los ojos. Ya te pagué, ¿qué es lo que estás esperando?, ¿un hotel de cinco estrellas?, mueve esa bocota de bagre y chúpame la verga, pinche puta.

- Entonces bajaste del auto, él enfureció y te dejó en la calle, ¡canalla! – dijo Él apretando un puño, sacando sus propias conjeturas, con la esperanza, visible en sus ojos, de que sus palabras coincidieran con lo realmente ocurrido; ni más, ni menos.

- Obedecí sus órdenes, como si fuese incapaz de librarme de ellas y mientras chupaba me decía a mí misma: chupa y sigue chupando porque las personas están pasando ahí afuera en la calle y sentirías una vergüenza terrible si te vieran a los ojos. Quédate ahí abajo, chupando y mamando, con el pito entero dentro de la boca, abajo estás segura. ¡Oh, diablos! Estaba tan excitada. De vez en vez levantaba la mirada y lo veía babeando, con los ojos completamente en blanco. Él alentaba mi excitación profiriendo palabras obscenas, como si estuviese poseído por el mismísimo demonio. Mámamelo chupapollas, dale besitos, sácame toda la leche, déjame los huevos bien secos, trágatela toda, cerdita sucia, cochina…

Las palabras le cayeron como un balde de agua helada. Cerró la boca que hasta entonces había permanecido muy abierta, en forma de una <<o>> alargada, y a un mismo tiempo cerró los ojos y entonces empezó a sacudir la cabeza de un lado a otro, en un intento desesperado por sacar de su mente las imágenes pornográficas que ella se había encargado de dibujarle; imágenes qué, según creyó, aún estaba en tiempo de eliminar de modo permanente, antes de que estás anclaran sobre su hipocampo para formar parte de un terrible recuerdo que pudiera hacerse presente al final de la noche, durante un posible y casi seguro tierno beso en los labios a modo de despedida.

La mesera regresó con los tragos y los colocó cuidadosamente sobre la mesa, anteponiendo portavasos de colores con el logotipo del lugar.

- Él deslizó una mano por debajo de mi ropa, estiró el brazo, se abrió paso entre mis nalgas y comenzó a tocarme el culo. Siente cómo se te abre el culo, puta. Este culo está deseando verga, ¿qué esperas? ¿necesitas que te explique todo paso por paso? ¡Pedorréame los dedos, puerquita¡¡Deja escapar tus aires cochinos, maldita meretriz! Después de hurgar durante un rato por donde ya te dije, se puso a merodear entre mis muslos. Tu conchita está ardiendo, ¡Ah, zorrita! Estás quemándome los dedos, eres la gran puta, la mejor puta, la reina de todas las putas. Y yo no sé cómo explicarlo, no logro encontrar las palabras precisas. Mámamela, sin utilizar las manos, si vuelves a meter las manos voy a tener que atarte con tus medias, me vas a obligar a castigarte, cochina ramera, recuerda que te pagué por adelantado, entonces haz bien tu trabajo, golfa. Me convirtió en la dulce Gwendoline y eso era tan excitante, me hacía volar hasta la luna y de regreso el solo hecho de imaginarlo. Deseaba abandonar mi cuerpo, entregarme aún más, restregarme contra su piel, fundirme con él y así deshacerme de mí. Eso era lo que más anhelaba, deshacerme de mí, quitarme todo ese maldito peso de encima, dejar en él cualquier tipo de decisión, entregarle mi destino, encontrar la redención en la profanación de cada uno de mis orificios.

Él levantó el vaso y lo apresuró hasta su boca. Bebió un trago grande y lo hizo pasar a través de su garganta. Al bajar el vaso hizo una mueca hosca que le deformó el rostro[2]

- ¡Dios mío! ¿Cómo puedes decir algo así?, ¿cómo pudiste permitir algo así? – preguntó alzando el tono de voz –. Ese infeliz es un enfermo, un maldito violador, ¿acaso estás loca? Ella le replicó de inmediato en un tono más alto.

- Lo sabía, eres como todos – una vez dicho esto se puso de pie, amenazando con marcharse del lugar.

- Espera – dijo Él cogiéndola rápidamente por el brazo, con los ojos llenos de pavor –, no te vayas, ¡perdóname!

Ella se quitó la mano con una sacudida violenta, volvió a sentarse y comenzó a hablarle con los ojos muy abiertos.

- ¡No vuelvas a tocarme! – le advirtió –. Eres como los otros. Tú no quieres escucharme, solo estás aquí para recriminarme, para atormentarme, para hacerme sentir mal. – Sus ojos rojos estaban al borde de las lágrimas, su voz entrecortada.

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[2] Él detesta el sabor del güisqui.

- ¡Perdóname! – dijo él con tono de súplica –, no fue mi intención, yo solo quise hacerte ver que eres demasiado buena para un tipo como ese.

- Yo solo necesito a una persona que me escuche, sin juzgarme, sin hacerme sentir de esta manera, alguien que no me haga llorar – dijo Ella, aventándose aire a los ojos con los dedos muy juntos para impedir que el llanto le brotara descontroladamente.

- Y yo estoy aquí para escucharte – dijo Él tomando asiento y en ese momento una vergüenza terrible lo invadió al notar que estaba erecto .[3]

- Entonces escúchame con atención y no me juzgues.

- Sí – dijo Él sudando a chorros, invadido de vergüenza y miedo.[4]

- Yo tenía su pito dentro de la boca, él meneaba la cadera de arriba abajo como un maldito loco, me tiraba del cabello con una mano y con la otra me pellizcaba los pezones; me gritaba todo tipo de vulgaridades…

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[3] Cuando el pene de Él se erecta se inclina hacia la izquierda. Él tiene la firme creencia de que esto se debe al hecho de haber utilizado calzoncillos demasiado justos durante su infancia. Cuando está solo (y erecto), tira de su pene hacia el lado derecho, pues otra de sus creencias le hace pensar que así corregirá lo que Él llama un defecto molesto y vergonzoso.
[4] A) Vergüenza: por la erección provocada por todas esas palabras obscenas que le acariciaba el pito. B) Miedo: de que las palabras obscenas aumentarán su erección, ofendiendo de esta manera a Dios, el divino creador.

Se acomodó el pantalón disimuladamente para mitigar la molestia que la erección le causaba. Fijó los ojos en los ojos de Ella y pidiendo luz y protección a todos los santos del cielo se dispuso a escuchar con atención cada palabra obscena que saliera de su boca, intentando luchar contra las debilidades de su propia carne. A pesar de su esmero por mantenerse puro, la sangre continuó circulando e hirviendo bajo su trusa y pronto volvió a sentir la imperiosa necesidad de acomodarse el pantalón, pero no lo hizo, esperó inmóvil, sin quitarle la vista de encima y después de un minuto se dio cuenta de que no había escuchado nada y, sin embargo; su erección había crecido al doble. Un gato de nueve colas para purificar su alma le vino a la mente.

- ¿Entiendes lo que te quiero decir? – preguntó Ella.

- Sí – respondió Él simplemente por responder algo.

- Hace tiempo escuché hablar a un par de monjas en el metro, mientras regresaba a casa, después de la universidad. Escrutaban a una chica de unos diecisiete años. La falda se termina justo arriba de sus rodillas… Recuerdo que la monja señalaba las piernas de la chica. …pronto terminará dos dedos por encima de ese sitio y luego dos dedos más arriba. El pecado se instaura en el alma, hermana, en el corazón y en la mente, se aferra con fuerza, como una sanguijuela y poco a poco mina la voluntad de las personas hasta convertirlos en esclavos. Las jovencitas de su edad son las más vulnerables, presas fáciles para el demonio. Todo empieza con la exposición del cuerpo, hermana, todo empieza de esa forma. Fuiste a una educación católica, ¿verdad? – preguntó ella, interrumpiendo momentáneamente el relato de las monjas.

- Sí – respondió Él con voz endeble y luego tragó saliva.

- Entonces entiendes perfectamente de lo que hablaban esas monjas. Los hombres se acercan a las muchachas y les llenan los oídos con palabras dulces, ocultando bien sus verdaderas intenciones. Poco a poco las muchachas toman la mentira por verdad y se rinden ante el pecado. El infierno, el cielo, el paraíso, el castigo eterno, todo ese tipo de cosas buenas y malas me importan un comino, simplemente no creo en ellas; sin embargo, sé que en ocasiones actúo en contra de mi voluntad, como si hubiera sido arrojada a ese pozo sin fondo que las monjas llamaban pecado. Los pecadores encuentran divertido vivir en el pecado, se entregan a los excesos, a los placeres de la carne…

- Sí – dijo él, aunque en esta ocasión no había existido una pregunta a la cual responder.

- Una voz interna me decía: el resultado de tus acciones no te va a gustar, las cosas van a salir mal y terminarás llorando; pero una voz más fuerte acallaba a la otra voz: estás a punto de agradarle, solo chupa un poco más y finalmente te ganarás su simpatía. Porque yo solamente quería agradarle, porque yo sé que le importo.

- A mí me importas – dijo Él sonriendo al vislumbrar una pequeña puerta abierta y luego esperó que ella dijera algo al respecto[5]

Ella bebió su whisky de un solo trago, después hizo una seña con la mano en lo alto. La mesera llegó corriendo coquetamente sobre sus puntas.

- ¿Desean ordenar algo más?

- Otro, por favor – respondió Ella.

Él se deshizo rápidamente de su patética sonrisa, vació su vaso echando la cabeza hacia atrás, después se llevó la mano izquierda al rostro para ocultar su mueca de asco.

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[5] Él no esperaba que Ella dijera simplemente “algo”; sino, “algo” que propiciara un acercamiento entre ambos y al mismo tiempo un alejamiento de la figura de aquél tipo: el barbaján.

- Que sean dos – dijo Él después de descubrirse el rostro.

(Tus deseos son órdenes… ¡galán!)La mesera se retiró en silencio.

Concéntrate y chúpamela bien. Eres una puta, una huila, una ramera – continuó hablando Ella; fijando la vista en un punto abstracto, situado entre sus pupilas y el lugar que había ocupado su vaso; interiorizando –. Esas eran sus palabras y con esas palabras conseguía apaciguar mi mente. Confirmaba mi identidad. La reafirmación de mi verdadero Yo ¿entiendes?

- Sí.

- Al iniciar la cita yo tenía otra idea en la cabeza. Nunca pensé que las cosas ocurrirían de la manera en que ocurrieron; porque tú debes saberlo, las mujeres siempre estamos pensando, llenándonos el cerebro con toda clase de ideas. Nos preguntamos ¿cómo será esto?, ¿cómo será aquello? Somos curiosas por naturaleza. Imaginamos, imaginamos. Ese día imaginé tantas cosas. Ahora que lo pienso bien, me resulta extraño reconocer que, aun estando ahí con él, vestida como puta, imaginé que pasarían cosas totalmente diferentes. Hasta llegué a imaginar que me llevaría a bailar y luego a un lugar romántico con luz tenue, ¿puedes creerlo?

- No – dijo Él.[6]

- Aún puedo recordar el sonido de su nariz al aspirar el olor impregnado en sus propios dedos después de haberme manoseado. Era parecido al sonido que emite un perro al olfatear el trasero de otro perro. ¡Ah! Eres una puta sucia y asquerosa. Me puso los dedos en la nariz y me exigió lo imposible. Huele sin dejar de mamar, este es tu olor, el olor de una verdadera ramera, tu olor, huélelo tú misma. Eyaculó. Reventó violentamente en mi boca. La respiración se me cortó y por un momento pensé que vomitaría las entrañas. Tenía tanto semen en la boca que no podía tragarlo todo. Comenzó a escurrirme por la barbilla y luego cayó sobre el asiento. Ensuciaste mi auto, maldita puta. Eso fue lo último que le escuché decir. Antes de que yo pudiera decir algo en mi defensa ya estaba fuera del auto, <<tirada>> bajo la lluvia que había comenzado a caer.

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[6] Es necesario aclarar que Él simplemente cambió el monosílabo Sí por el monosílabo No con la finalidad de no parecer un completo idiota que no sabe decir otra cosa qué el monosílabo Sí.

Él pensó en decir algo, pero no lo hizo. Cogió su vaso, bebió y su gusto se colmó de ese sabor que tan desagradable le resultaba.

- Me quité las zapatillas y empecé a caminar y a escupir vellos púbicos por todas partes. Avancé unos cuantos metros, pero el piso lastimaba mis plantas con cada paso y el dolor subía por mis piernas y recorría mi cuerpo hasta llegar a la cabeza; juro que me taladraba el centro del cerebro – dijo Ella llevándose ambas manos a la coronilla –. Comencé a llorar y a maldecir. Tuve que volver a calzarme esas putas zapatillas del demonio. Pendejo, cabrón, imbécil, hijo de la chingada. Las palabras finalmente escaparon de mi boca como fuego, en un intento por silenciar el ruido provocado por el golpeteo de las zapatillas al impactar contra el pavimento.

Le agrado, realmente le agradó. Está conmigo y no con él. Esa es una señal. Este es el comienzo de algo hermoso. El pasado ya pasó, ya se fue, es algo lejano…

- Después de caminar siete cuadras el llanto había cesado. Me descalcé por segunda ocasión e intenté retomar la caminata, pero el dolor en verdad era insoportable; parecía imposible poder caminar sin las zapatillas puestas. Quise dejar de ser lo que parecía ser, quise ser una persona diferente, pero no lo conseguí, el dolor al caminar era verdaderamente insoportable sin las zapatillas. Esas zapatillas eran de mi justa medida, fueron hechas para mí, ¿entiendes? Quizá el dolor en las plantas era tan solo un pretexto para seguir calzándolas, un pretexto para poder seguir siendo yo. Aún no termino de entenderlo. En palabras de la monja. Los pecadores son débiles, su voluntad ha sido mermada por el mismísimo demonio, por eso siempre encuentran un pretexto para continuar viviendo en el pecado.

His clothes are dirty but his hands are clean. And you’re the best thing that he’s ever seen. Stay lady stay…

- Ninguna persona puede ser algo que no es, pero ¿quién soy yo realmente? Una chica que horas antes del baile pretende entrar en un vestido que no es de su talla ¡Diablos! Debí comenzar por el principio. Toda esta plática parece un diálogo sin sentido. Recortes de un cuento. Un cuento retorcido contado a medias, porque ni siquiera yo puedo unir todas las piezas del rompecabezas, porque ni siquiera yo puedo recordar cómo es que ocurrió realmente todo. Pensé tantas cosas esa noche y ahora solamente quedan vagos recuerdos. Lo único que sé es que todos los cuentos son iguales: un mal chiste. Vivieron felices para siempre, ¡bah! ¿Cómo diablos lo lograron? No puedo quitarme este sentimiento de haber fallado. Lo hice mal, lo hice mal, ¡demonios!, lo hice mal, provoqué su enojo y ahora no puedo dejar de pensar que, si tan solo hubiera tragado el semen más rápido nada de eso hubiera ocurrido.

La mesera recogió los vasos vacíos, roció un líquido limpiador con aroma floral de lo más artificial y después pasó su franela sobre la mesa con la mano libre.

- ¿Puedo ofrecerles algo más?

- Dos güisquis dobles – dijo ella, ordenando por los dos.

Quizá me invite a pasar a su casa…

- Los automovilistas que circulaban por la calle comenzaron a detenerse a mi costado, ¿Cuánto cobras, muñeca? No soy una puta, no soy una puta, no soy una puta, no soy una puta, no soy una puta. Tuve que repetir esa frase cinco veces en un trayecto de cuarenta metros ¿Cuántas veces tienen que repetirse las palabras mágicas de un hechizo para hacer que funcione? El mismo número de veces en que algún imbécil detenga el automóvil a un costado tuyo para preguntar por el precio de tus nalgas: no soy una puta, no soy una puta, no soy una puta, no soy una puta, no soy una puta, no soy una puta. Desde la distancia, mientras avanzaba hacia a la calzada de Tlalpan, observé las siluetas de las prostitutas, resguardadas de la lluvia bajo sus sombrillas. Al acercarme, una de ellas giró el rostro y me observó caminando discretamente entre las sombras, con la cabeza gacha, cerca de la pared. Me gritó con tono agresivo: ¡Hey, perrita!, ¿quién es tu jefe? No soy una puta. Hace un rato te vi subiendo al automóvil de un tipo, así que guarda esos cuentos para tu abuela, aquí ya no hay lugar para una más, así que mejor te largas rapidito, ¿entiendes? Lárgate de aquí. Sus compañeras de trabajo le hicieron eco. Sí, lárgate de aquí, lárgate de aquí, lárgate de aquí, no hay lugar para una más, lárgate de aquí, de aquí, de aquí, aquí, aquí, aquí. Apreté el paso y mientras me alejaba, alcancé a escuchar algo a mis espaldas. Reconozco a una puta en cuanto la veo, a la luz o la sombra, una puta siempre será una puta. Sus risotadas retumbaron al unísono.

Iremos al cine y olvidaremos todo este asunto. Estamos en tiempo. Última función…

- ¿Tienes que marcharte ahora? – preguntó Ella al observarlo mirando atentamente su reloj de pulsera.

- No – contestó él – solamen…

- Al llegar a la avenida, detuve un taxi y me subí.
 Un mal cliente, ¿cierto? El taxista me observaba morbosamente las piernas a través del espejo retrovisor. Quise descalzarme pero ya sabes lo que dicen, en las culturas orientales descalzarse frente a un hombre es señal de insinuación. Mala noche para tener un mal cliente, ¿cierto? Guardé silencio y permanecí quieta, con la espalda derechita y las piernas bien juntas, como una verdadera señorita. Sabes cómo funciona esto. ¿cierto?, entre ustedes las… ya sabes, deben hablar y conocer de qué manera funciona este servicio de taxi. Junté las manos, cerré los ojos y casi puedo asegurar que dije una plegaria. Por la cara que tienes, podría apostar a que el tipo se fue sin pagar y que tú no tienes dinero para pagarme por este viaje, ¿cierto? ¿Escucha Dios las oraciones de los pecadores que no creen en él? Puedo detener el taxímetro si me lo pides muñeca, tú sabes a lo que me refiero, ¿cierto? Si tan solo... Una mamadita rápido y ya… hubiera tragado más rápido. Me gustan tus zapatillas princesa, son de cristal, ¿cierto? Luces y más luces brillantes en medio de la noche pasando rápidamente a mis costados, hasta que finalmente llegué a casa y pagué con el billete que ese imbécil había colocado bajo el encaje de mi media. El taxista tomó el billete, me dijo un par de obscenidades, intentó tocarme el trasero, me aventó unas cuantas monedas al piso y luego se marchó refunfuñando. ¡Vieja mamona!. Hijo de puta. Tuve que llamar a la puerta de la vecina para pedir la llave de repuesto. Pero, ¿qué fue lo que te pasó, hijita? Inventé un montón de mentiras para librarme de sus preguntas inquisitivas, para excusarme por mi aspecto de libertina. ¡Válgame Dios, hijita! Ahora mismo te doy la llave. A esa hora ya nada me importaba, estaba cerca de casa, a unos cuantos pasos. ¡Adiós vieja chismosa! ¡Vieja metiche! ¡Arpía! Acaricié la llave de cobre, la deslicé a través de la ranura y le di vuelta; ingresé y cerré la puerta tras de mí. Finalmente respiré: hogar, dulce hogar. Caminé despacio hacia mi habitación escuchando el sonido de mis propios pasos; giré la perilla dorada de la puerta, estiré el brazo hacia oscuridad y accioné el interruptor; la luz de la bombilla me golpeó los ojos y me cegó con su blanquecina claridad. Me descalcé cuidadosamente y avancé sobre la alfombra de felpa en medio de un silencio sepulcral, me arrojé sobre la cama y empecé a llorar desconsoladamente con la cara bien pegada a la almohada. Nunca había sentido tanto dolor, nunca me había sentido tan sola. Lloré y lloré y lloré hasta que mis ojos se cerraron y quedé dormida. Pronto empecé a soñar y en medio de mis sueños apareció él, tan guapo como siempre; yo aparecí poco después, calzando mis hermosas zapatillas de cristal y entonces: Bibidi babidi bu – finalizó Ella, golpeando la punta de la nariz de Él, utilizando el dedo índice a manera de varita mágica.

- Dos güisquis dobles – anunció la mesera depositando las bebidas sobre la mesa. Ya se retiraba cuando escuchó que una voz le hablaba.

- Espera linda – dijo Ella –. Agrega dos güisquis más a esa cuenta. Las cosas se están poniendo interesantes aquí y pronto acabaremos con estos tragos – dijo, sacudiendo su vaso por encima de la cabeza y derramando chorros de güisqui sobre su cabello.

Se miraron a los ojos y dejaron escapar una risita boba de complicidad femenina. Él intentó unir su risa a la risa de ellas para formar un alegre terceto de risa bobalicona, pero para ellas el momento ya había concluido.

- ¡Estos güisquis son una verdadera delicia! – dijo Ella después de pegar un buen trago –. Johnnie, tú eres mi único y verdadero príncipe azul. Y tú, mi querido amigo – continuó, acercándose a Él y sujetándolo por la camisa –, tú no tienes de que preocuparte, a ti nadie puede romperte el corazón y ¿sabes por qué nadie puede romperte el corazón, cariñito?

Porque tienes una pija colgando entre las piernas – depositó suavemente la respuesta a su propia interrogante en el oído de Él –. ¡Ay! – dijo después, regresando a su asiento en medio de un largo suspiro –, ¡si tan solo hubiese tragado de prisa! De nada sirve arrepentirse. Cincuenta pesos, taxi incluido, ese es mi precio, esa es mi verdad. Superen esa oferta, ¡cenicientas! Chúpamela puta, pero chúpala bien, eres una perra sucia, límpiala con la lengua, déjala reluciente mamavergas, succiónala, sucia libertina, ¡cómetela toda! ¡Ups! – dijo repentinamente, llevándose una mano a la boca para interrumpirse a sí misma –, ¿qué vas a pensar de mí? Una señorita no debe utilizar ese tipo de lenguaje; pero, ¡bah! ¿te confieso algo? Si ahora mismo tuviese puestas mis hermosas zapatillas, me escurriría por debajo de la mesa, bajaría tu cierre y entonces te haría la mejor mamada en la historia de las mamadas, juro que lo haría.

Silencio. Un largo silencio, que en el reloj duró apenas veinticuatro segundos, en los que aparentemente nada ocurrió.

- Amor excesivo por los patanes, ese es mi problema – prosiguió Ella después el largo o corto silencio que pareció aprovechar para sumirse en una profunda lucubración –.

Mientras tanto, Él continuaba en guerra, luchando contra los horribles gestos involuntarios de su rostro, trago tras trago[7].

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[7] Jajaja, jajaja. Verdaderamente detesta el sabor del güisqui.

- Patanes, ¿acaso existen otro tipo de hombres? No respondas a eso, yo conozco la respuesta: no existen. Esa vieja arpía, me refiero a la vecina, me mira de una manera extraña desde esa noche. Aparenta comportarse como si nada hubiera ocurrido, pero yo sé que esconde algo detrás de esa sonrisa que me regala cada mañana. Las mujeres lo sabemos todo, siempre vamos al fondo de las cosas. Desdén, burla, apatía, desconfianza, una mezcla de cosas combinadas que no me agrada para nada. Algo, que, si pudiera describirse, se describiría con esa mueca extraña que acabas de hacer. ¿Qué va a saber ella de mi vida? Una mierda sabe de mi vida. Las cosas no siempre son lo que parecen. Es una puta, una cualquiera, una meretriz, una zorrita, eso debe de pensar, eso dicen sus ojos cuando me mira de arriba a abajo. Es tan fácil criticar; pero me importa un rábano lo que piense de mí. Si tan solo hubiera tragado todo, las cosas serían diferentes. Solterona cuida gatos[8]. Sin lugar a duda, no le conviene saber lo que pienso de ella. Todo se resume en envidia. Esas malditas putas envidiosas. Sabían perfectamente bien que pude haber atraído más clientes que cualquiera de ellas en la mejor de sus noches. Me veía tan bien aquella noche, aun estando toda empapada y también me veía tan bien en ese sueño y él se veían tan guapo, nos veíamos tan guapos los dos juntos. Hay días en los que parece que todo el mundo está en tu contra. Como si todos te estuvieran observando, siguiendo cada uno de tus pasos, esperando el momento preciso para joderte la vida. ¡Uf! ¡Qué calor hace aquí! Es eso o son estos güisquis. Y hablando de güisquis, aquí viene mi chica preferida con nuestros tragos. Parece linda, deberías hablarle e invitarla a salir; pero cuidado con comportarte como un maldito cretino porque te las verás conmigo. ¡Gracias linda! ¿En qué estaba? Tú no digas nada. Lo recuerdo perfectamente, no estoy tan borracha como para olvidar las cosas. Además, déjame decirte que soy la mejor tomando. Puedo beber durante horas sin que se note que he probado una sola gota, a excepción del aliento, claro está. ¡Oh! Johnnie, Johnnie, Johnnie, sigue caminando hasta mis labios, oh mi dulce y querido Johnnie. Shhhh ¿Oyes algo? Porque yo oigo algo. ¡Oh! Son las prostitutas. Dejad que las prostitutas ladren Sancho amigo, señal de que paso taconeando. ¡Ay! Las cosas que una mujer piensa. ¡Arpía! ¡Vieja metiche! Me importa un pepino lo que piense de mí. A un baile, a un baile, ¡já! Ese sitio oscuro y apartado era lo menos parecido a un baile, excepto por el vaivén de sus caderas. Me usó y después se largó con otra tipa, yo misma vi las fotos en su Instagram. Su ropa coincide, la hora coincide, la maldita fecha coincide. Ella lo tiene a él y yo tengo esta fama de puta. Ahora mismo atraparía más clientes que esas prostitutas. Atraparía más clientes que esas prostitutas sin la necesidad de enseñar un solo tobillo. Atraparía más clientes que esas prostitutas ataviada en hábito de monja. Ya sabes lo que dicen por ahí: hazte una buena reputación y échate a dormir. Estuve a un paso de agradarle, lo sé perfectamente. ¡Uf! ¡Qué calor! Estas hormonas. ¿Cuántos días faltan? No, aún no, hasta la semana entrante. ¡Uf! Menos mal que no ocurrió esta noche. Deben ser estos güisquis. Pero, mira la hora. Tengo que irme.

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[8] Diana, la vecina de Ella, compró su primer gato el 25 de diciembre de 1990. Actualmente, en Octubre de 2014, vive en compañía de sus nueve gatos. Mantuvo relaciones sexuales por última vez el 25 de Junio de 1992 y dejó de masturbarse el 25 de Octubre de ese mismo año.

Él salió de su ensimismamiento solo para dar un pequeño salto sobre su asiento y luego quedar petrificado con los ojos muy abiertos, como si algún fantasma chocarrero le hubiese pegado un susto.

- Narciso va a pasar por mí, que tonta soy, había olvidado decirte – dijo Ella, que ya comenzaba a empolvarse la nariz, sosteniendo un pequeño espejo circular frente al rostro.

Él comenzó a emitir un sonido parecido a un graznido hasta que su garganta se aclaró.

- ¿Q, q, qu, qu, qu, quién es Narciso?

- Es un viejo amigo. La semana pasada salió de una clínica de desintoxicación. Cocaína, alcohol, heroína, benzodiacepinas, cannabis, opiáceos. Ya sabes. Debió haberla pasado mal. Saldremos a divertirnos un buen rato. Con un poco de suerte voy a hacerle olvidar ese trago amargo – dijo y luego, dirigiéndose a la mesera –. Linda, trae la cuenta por favor que tengo una cita. ¿Luzco bien? – preguntó alejando el espejo de su rostro y pestañeando coquetamente.

- Perfecta – respondió Él.

- ¡Ay! – suspiró ella – ¡Francisco! Tal vez sea el momento de dejarlo atrás. La vida sigue, sigue[9].

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[9] La vida adelante llevaba por nombre Narciso.

La mesera regresó con la cuenta. Ella hizo el ademán de cogerla, pero Él la detuvo con la palma de su mano derecha extendida al frente, cruzó el brazo izquierdo frente a su pecho y tomó la papeleta por encima de su hombro derecho. Los números estaban escritos con una perfecta y hermosa caligrafía, ni grande ni pequeña, que no dejaba lugar a malos entendidos. Una cuenta con tres ceros, más de lo que él había tenido en mente pagar esa noche, incluyendo, claro está, el cine y las palomitas y el taxi y la cena, que ahora recordaba, al gruñido de sus tripas, ni siquiera había ordenado y comido.

- Fueron tragos dobles – dijo la mesera al verlo con el semblante entre aterrorizado y dubitativo.

- Por supuesto – dijo Él, mientras repasaba la vista una y otra vez sobre la nota agregada por debajo de la cifra total: Propina sugerida d i e c i o c h o p o r c i e n t o.

Un diez por ciento era lo justo, pero ahora la mesera estaba ahí, al pie de la mesa, esperando por el pago de la cuenta, esperando por su propina, un dieciocho por ciento. Sentía sus ojos encima y también sentía los ojos de Ella encima, como una pesada carga de la cual era incapaz de librarse. ¿Lo tomaría por un avaro? Más le valía dejar el dieciocho por ciento, aunque lo justo fuera el diez, aunque lo que Él más quería era omitir la propina, su deseo más grande: omitir la cuenta entera, salir corriendo de ese sitio y olvidarlo todo, apretar su cuerpo y reducirse, para luego, en el punto mínimo, ¡bang!, extenderse hasta los confines del universo. Ese pensamiento se desvaneció y regresó rápidamente a la realidad. Tuvo la fuerte sensación de que los otros clientes lo miraban, como diciendo: ¿acaso eres de esos barbajanes que permite que las señoritas paguen la cuenta? Vació su cartera y entregó el dinero a la mesera y la mesera contó los billetes y antes de marcharse le regaló una sonrisa grande (Ha valido la pena el esfuerzo, ¡galán!) y le dijo: gracias, y Él pensó que sería impropio esperar por su vuelto[10], pues corría el riesgo de parecer un verdadero miserable al permanecer sentando, esperando por unas cuantas monedas; entonces se puso de pie y caminó detrás de Ella, que ya emprendía la marcha hacia la salida, contoneando las caderas provocativamente, y apretó el paso para adelantarla y abrirle la puerta y al hacerlo Ella salió y comenzó a rociarse perfume en el cuello y cuando terminó, guardó la pequeña y coquetita botellita rosa con atomizador dentro de su bolso y dijo algo que Él no pudo escuchar y entonces Él preguntó, ¿qué?, pero Ella no respondió a su pregunta y Él continuó andando detrás de Ella a lo largo de la calle, como un perrito faldero, con la nariz bien levantada, hipnotizado por el olor que Ella iba dejando a su paso.

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[10] $28.5MXN

Antes de cerrar la puerta del automóvil, Él cobró conciencia de sí mismo. Todo paso tan rápido y ni siquiera se dio cuenta. Ahora Ella estaba sentada en el asiento del copiloto de ese Mustang negro; junto a ese tipo que llevaba una camisa desabotonada a medio pecho; y lo despedía utilizando estas palabras:

- Eres un gran amigo, espero verte pronto.

Las llantas rechinaron, el auto salió disparado a gran velocidad sobre la avenida, sin detenerse ante la luz roja del semáforo de la esquina, para perderse más adelante en la oscuridad de la noche. Y Él podía jurar que Ella calzaba sus zapatillas de cristal. Los ojos no le habían fallado.

Gasté todo mi dinero. Abandonado en la inmensidad del frío universo, ese fue su primer pensamiento. No todo. Su segundo pensamiento como intento de compensación y consuelo. ¡Patético! Tengo ciento cincuenta pesos en la bolsa. Diez días más para el día de paga. Diez latas de atún. Una lata diaria, ese será mi alimento. Sacó una cuenta y luego se puso a hacer otras tantas cuentas mentales y sin notarlo comenzó a utilizar los dedos para ayudarse a contar y de tanto contar gastos el gesto comenzó a deformársele y entonces comenzó a jalarse el cabello, también sin darse cuenta. Por un instante quiso tirar de su piel hasta arrancarse la cara. Y en ese justo momento pudo haber comenzado a gritar como un loco: me han robado, me han robado, me han robado vilmente… y ninguna persona en el mundo hubiese sido capaz de dudar de Él, un hombre flaco y ojeroso, pálido, con bronceado de oficinista de ocho de la mañana a diez de la noche, cinco días a la semana, en ocasiones los sábados de ocho a cinco, con el cabello desacomodado, el mentón hundido y arrugado como bebito, y los ojos rojos al borde de las lágrimas. En sitio más recóndito de su mente, sus pensamientos comenzaron a oscurecerse y a enredarse hasta formar un nudo imposible de deshacer. Quizá todavía pueda regresar por mi vuelto. Mi vuelto y ese ocho por ciento que estuvo de más. Entrar por la puerta y decir, cometí un error. Sí. Ciento cincuenta más lo recuperado…digamos… diez latas, once latas, el atún produce gases, quince, dieciocho latas. Comer dos veces al día, tres veces un par de días. Olvídate del agua caliente, no hay dinero suficiente para pagar el gas. Oler mis propios pedos por la noche. Es lo de menos. Comino. No comí la cena, no vi la película[11]. Ella se llevó una buena impresión de mí. Palomitas y cine. Ella sabe que no soy como esos cerdos. Ella me importa. Sustraer el papel higiénico del trabajo para generar un buen ahorro. Puta sucia. Duchazos rápidos de agua fría a las seis de la mañana. El agua fría es buena para la piel, la endurece. Diez días para el día de paga. También es buena para la circulación. Verificar bien el calendario. Regresar, entrar por la puerta y decir naturalmente: olvidé mi vuelto. Revisar la carta. Sí. Revisar bien la carta mientras espero el vuelto. Rábano. Esa erección fue accidental. Los güisquis fueron dobles, pero el precio cobrado es incorrecto, revisa la carta tú misma, ningún güisqui puede ser tan caro. Ese objeto que brilla en el piso parece ser una moneda. No te preocupes, fue una equivocación, a todos nos pasa. Ramera. Ajusta la cuenta y conserva un quince por ciento. ¡Demonios, no es una moneda, es la tapa de un refresco! Mi chica se ha ido, tuvo un compromiso de última hora. Error en la cuenta, siempre pasa, no tienes por qué avergonzarte. En realidad, no es mi novia. Rogelio siempre ha querido ese viejo libro. Así que, si tu horario de trabajo ha terminado, tal vez podemos ir al cine. Es hora de venderlo. Diez, quince, dieciocho por ciento, conserva el dieciocho por ciento, tú invitas las palomitas. Si sigo tirando hacia la derecha quedará bien recto. Una lata de frijoles. Sí, es día cinco, estoy seguro, diez días por delante para el día de paga, ¡ay, virgen santa! ¡Virgen morena! Aguantar el embate. Los frijoles duplican los pedos. Dios aprieta, pero no ahorca. Paso a paso es como se consiguen las cosas. Conseguí una buena impresión, no se puede echar la noche entera en saco roto. Papel higiénico, bolsitas de azúcar y de té, ¿qué más?, ¿qué más? Te lo venderé a un buen precio. Debí haber dejado que cogiera la cuenta. Es imposible que haga algo con ese tipo, no cometería el mismo error dos veces. ¿Te gusta Oscar Wilde? Quizá notó mi erección. Jamás le haría ese tipo de cosas. Ella me importa. ¿Estará enojada? Imaginé sus nalgas desnudas, pero yo no quise hacerlo. Pude haber dicho, paga la mitad, yo me encargo de la otra mitad y de la propina, el dieciocho por ciento ¿Qué otras cosas pueden sustraerse de la oficina? Ella me importa. Rogelio siempre regatea, querrá llevarse el libro por una bicoca. Palabras dulces, intenciones ocultas. No. Sustraer es robar. Ir discretamente a la barra. Nunca debí llamarla loca. Resbalar a José María Morelos y Pavón[12] por debajo de su media. Me parece que la cuenta era incorrecta. Soy de esos tipos a los que nunca les gusta quedarse con una duda, así que regresé a preguntar por el precio de los güisquis. Pepino. Sustraer Café, no me gusta el café, pero tal vez puedo venderlo y ganarme unos cuantos pesos. Dicen que soy interesante, pero no aburrido. Quizá me dio un beso de despedida, todo pasó tan rápido, que tal vez ni lo sentí. Puta sucia, muéstrame las tetas. Te confieso algo: ni siquiera me gusta el güisqui, ven conmigo, te concederé el placer de invitarme un vodka después del cine. Sustraerobar, no robarás, séptimo mandamiento de la ley de Dios. Atún o sardinas, las sardinas son tres pesos más caras que el atún. Cominorábanopepino ¿Qué clase de tipo se llama Narciso? Un lugar oscuro y apartado, con el pito en la garganta. Quizá la siguiente vez. Un préstamo en el trabajo. Dios está aquí, qué hermoso es. Te llevarás una sorpresa, es una película basada en el cuento de Oscar Wilde. Viejo tacaño e imbécil, no sabe cómo manejar una empresa. Diez latas de atún. ¿Habrá notado mi erección? Son solamente bolsitas de azúcar y de té y un poco de papel higiénico, además, el jefe tiene dinero de sobra, ¿acaso eso es robar? Café, puedo vender bolsitas de café. Atún. Aguantar los pedos. Quédate señor en mi corazón. Robin Hood es un héroe. Si yo fuera el dueño de la empresa. Narciso pitochico, ja, ja, já. Quizá encuentre alguna moneda tirada si permanezco atento al piso. Minifalda, medias negras, zapatillas de cristal. Las erecciones son involuntarias, involuntarias. Viejo tacaño, no le aumentarías el sueldo ni a tu propia madre. Pecado. Hay un Dios, aunque algunos duden de su existencia y se burlen de Él, aunque blasfemen. Madre santísima, madre bendita, diez días más para el día de paga, ¿qué voy a hacer? Divina Providencia ¿Estará molesta conmigo? Comino, rábano, pepino. Una erección. La llamé loca. Va a chupársela, va a mamársela a Narciso. ¡Yo solamente quiero mi vuelto!…

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[11] Él tenía la intención de ver: The selfish giant, dirigida por Clio Barnard. Exhibida en la Cineteca Nacional desde principios de otoño de 2014.
[12] Héroe de la Independencia de México en su segunda etapa, cuyo rostro aparece (feminizado cada vez más en cada reedición) en todos los billetes de cincuenta pesos.

- ¡Virgen misericordiosa! – dijo Él finalmente con los ojos y las palmas de las manos vueltas hacia el cielo.

Y tal parece que en medio su profunda crisis de esperanza y fe, la virgen misericordiosa o alguien más, allá, en la inmensidad del cielo o en los confines del universo, escuchó sus palabras.

- ¡Espera, espera!

Eran los gritos desesperados de Ella. Escapaba corriendo de Narciso que venía unos metros por detrás, con los ojos diabólicamente desorbitados y encendidos, vuelto loco, babeando como una bestia rabiosa de garras y colmillos afilados, con los cuernos largos y bien retorcidos. Ella cerró los ojos y apretó el paso y en la carrera se le salieron las zapatillas de cristal; pero a pesar del terrible dolor que azotaba y atravesaba su cuerpo y su alma a cada paso, continuó corriendo de prisa y sin detenerse hasta llegar a los brazos de Él.

- He comprendido que tú eres un hombre bueno.

BIBIDI BABIDI BU

Sellaron su amor con un tierno beso en los labios y luego caminaron por la calle tomados de la mano[13]. Y ya no lo vieron, pero Narciso estaba ahí, en plena práctica onanista en medio de la calle, lamiendo y oliendo las zapatillas de cristal, mismas que reflejaban su verdadero rostro bajo la luz de la luna, justo un segundo después de la medianoche.

FIN

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[13] Y vivieron felices para siempre.




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