∙ Lima Insípida (Agua) | Capitulo IV ∙
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15 de Marzo 2018 |
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12:30
a.m.
De
izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, atrás y adelante. Una tras otra acarician
mis parpados, mi nuca y mis piernas. Golpean el suelo y se integran, para
culminar su viaje, en la tierra que las espera. Frías y violentas, advierto su presencia
cuando, inmóvil en el vacío, golpean mi sombra y su derruido cuerpo. Un
sueño habitable, estoy varado a la mitad de un sueño y no consigo despertar. Si
camino hacia la izquierda, la violenta brisa me hará retroceder. Adelante
hay un pantano, y en medio del pantano, un inmenso pozo. El que cae en él,
despierta, y en el fondo, sus culpas puede purgar. Debo estar soñando, con un poco de
suerte voy a despertar en cualquier instante y giraré la almohada para
continuar durmiendo. Como los cangrejos sobre el litoral, me desplazo hacia los
lados, parece que voy hacia atrás, pero en realidad el camino está trazado.
Pasa de la medianoche y la ciudad luce
desierta. Ya no veo mi sombra, se desvaneció con la lluvia que de pronto apagó
las nocturnas llamas; llueve en el poblado desierto, llueve en Lima. La oportuna
condensación me mantiene albergando debajo de un viejo tejado. Debo hacer buen
uso de los únicos diez soles que aún conservo en mi billetera y borrar de mi
cabeza la idea de gastarlos en cerveza. Ya es tiempo de sentir las nubes,
camino sobre la acera hasta encontrar un sitio con mayor tránsito vehicular, en
ambas direcciones hay semáforos descompuestos; la poca gente que circula por
las calles se protege de la lluvia con impermeables y sombrillas; no tengo más
que mis brazos para esquivar las gotas, protegeré a capa y espada la imagen del
aviador José Quiñones impresa en el billete de diez.
Mientras que mi cuerpo se hace cada
segundo más grávido, mis pies no dejan de caminar. Me divierte saltar encima de
los charcos, me recuerda a mi infancia, el sabor de las zarzamoras, los regaños
de mamá: - ¡Mira nomás como vienes!
¿Cómo que perdiste el dinero? ¡Quítate esos calcetines y métete a bañar, te voy
a poner ungüento de eucalipto!- Por varios segundos veo el reflejo de mi rostro sobre el líquido
retenido en el suelo, he tenido suerte de llegar hasta aquí. Inhalo y exhalo;
mis pies están mojados, el agua escurre por mi rostro, mis órganos vitales se
encuentran en su sitio, mis lágrimas se disfrazan de gotas de lluvia, continúo
con vida. Inhalo y exhalo.
Olvidé mi brújula en el bolso de mi
mochila, no pensé requerirla para conocer la ciudad, para cenar en Maido. La opaca luz de un automóvil se
detuvo a mi lado, en un principio me costó trabajo interpretar el mensaje del
conductor :
- ¿Pa´
donde va, causa?- dijo, con la
ventanilla del copiloto hasta la mitad de su altura.
- Al sur, siempre voy al sur- dije,
visiblemente empapado y conmovido con el instante.
- Suba, pue´, lo llevo por diez sole´.
Me
senté a la derecha del conductor y le indiqué la única calle que recordaba por
nombre en Miraflores, en la cual se encontraba el departamento de Airbnb que
había reservado y pagado días antes: José Bernardo Alcedo. El tercer conductor de
taxi con el que entablaba conversación en menos de veinticuatro horas, me dio a
conocer sucesos similares con el turismo en los distritos de Callao y
Miraflores, me platicó del tráfico de órganos que algunos grupos delictivos habían
comenzado a operar, el modus operandi de organizaciones encargadas de despojar
de sus pertenecías a los turistas que, por nómadas o retraídos, deciden viajar
solos. En ese momento sentí los calzones en el cuello, la sangre a la
temperatura del hielo seco. Llegamos al edificio en dónde se encontraban mis
pertenencias y entregué mi último billete al conductor del taxi; me despedí del
aviador José Quiñones y del paisaje de Machu Picchu.
El
dedo con el que solicito la palabra para comunicar un mensaje, es el mismo que
se ubica acariciando la letra «J» y su pequeño relieve horizontal en
el teclado cuando comienzo a escribir un texto. Es el dedo más expresivo,
incluso más que el dedo medio, que cuando se levanta en solitario, funciona a
la perfección para transmitir las inconformidades. Con el dedo índice presioné
en tres ocasiones el timbre del departamento en el octavo piso del edificio.
Contestó al llamado la anfitriona (a quien no tenía el gusto de conocer en
persona) del departamento. Visiblemente molesta la vi descender por las
escaleras del vestíbulo. Antes de que pudiera escuchar su voz, le dije:
- Gloria,
que alegría ponerle un rostro a sus mensajes. Mucho gusto en conocerla. Me
apena llegar en estas condiciones; de madrugada, empapado y sin dinero. Podrá
usted entender que mis propósitos eran distintos por la mañana, cuando arribé a
la ciudad. No quería molestarla, en verdad, pero me ganaron los piscos y en la
búsqueda de hospedaje, me despojaron de mis recursos económicos. Si no es
inconveniente, me gustaría recoger mi equipaje y cargar la batería de mi
teléfono por una hora.
Gloria, la anfitriona,
quedó sin mencionar palabra alguna, en su boca abierta puede distinguir las
plateadas amalgamas que [re]cubrían sus muelas. Permanecía de pie a un costado
de las escaleras, como intentando descifrar si la lluvia había causado la
extraña alineación de mi cabello.
- Pase, duerma hoy aquí y mañana
platicamos. Está el agua caliente para que pueda darse un baño. Descanse,
joven.
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15 de Marzo 2018 |
∙∙∙∙
8:00
a.m.
Tenía que ocurrir algo. Mi cuerpo en
horizontal con el ombligo en dirección del techo, el sonido de las palomas
rabiblancas se escucha con mayor fidelidad que la inmensidad del océano, mi
espalda reposa sobre una cama de tamaño individual. La luz del alba genera una
caleidoscópica franja entre el concreto y mis ojos. No me puedo mover, giro la
cabeza y observo mi calzado en el suelo; mojado y mal anudado. Amarré mal los
cordones de mi calzado y caí sobre la superficie. Salto de la cama y me incorporo
a la realidad matinal. Afuera me espera Gloria con una infusión de hojas de
coca; el sabor es amargo, me sugiere endulzarlo con miel y gotas de naranja. En
su pequeña sala se encuentra una foto de las montañas Huayna Picchu y Machu
Picchu; si se inclina la cabeza hacia el hombro derecho, uno puede distinguir entre
la formación montañosa, un rostro Inca resguardando el valle sagrado. Con mi
mano izquierda sostengo dos hojas de papel impreso; mi vuelo a Cusco de ida y
vuelta. Las reglas de la aerolínea son precisas: vuelos intransferibles, no
reembolsables. Gloria me ofrece pan dulce y un tamal envuelto en hoja de
plátano. Tras concluir el desayuno, coloco mi mochila sobre mi espalda, ajusto
la altura y los tensores de hombreras; me despido. Antes de salir del
departamento, Gloria me entrega un sobre con sesenta y cinco soles correspondientes
al pago de la siguiente noche de alojamiento. No mencionamos nada de lo
ocurrido la noche anterior.
Así pues, sin internet ni señal de red;
sin bengalas para lanzar al cielo o algún código para alertar la tragedia en
curso, me trasladé hasta las oficinas de la institución bancaria con la que sostenía
una relación financiera; estoy en la cresta de la ola. Lo positivo: cielo
despejado, brisa del mar y cerveza fría. La institución bloqueó de manera
automática mi tarjeta de débito al tercer retiro de efectivo consecutivo. Lo
negativo: sin hospedaje, vuelos perdidos, cincuenta soles y dolor de cabeza. No
recuperaré jamás el monto hurtado.
A
las tres de la tarde salí de la sucursal sin resolver absolutamente nada, me
dirigí a Flora Café (sitio donde
albergué mi equipaje al llegar a Miraflores) en un taxi que encontré
estacionado con el conductor bebiendo Pilsen
Callao. A pesar de la falta de señal en mi dispositivo móvil, recibí una
llamada en el trayecto; contesté y deje que la voz de mi interlocutor sonara primero.
-Buenas tardes, Sr. Tarsicio Sabido ¿Cómo se
encuentra?- se escuchó una voz femenina en la bocina de mi teléfono.
- ¿Quién habla, perdón?- dije, mientras le
indicaba al conductor con el dedo expresivo, el sitio en donde descendería del
auto.
- Me comunico de VISA, la red comercial de
pagos. Sabemos que se encuentra en una situación de emergencia, es por eso que
ponemos a su disposición mil dólares en efectivo para cubrir sus gastos en el
extranjero. Haremos llegar una tarjeta de reposición con el saldo restante a la
dirección que usted nos indique. Tenga un excelente día.
Tras
una pausa bastante larga, volví a escuchar a mi izquierda la voz del conductor
de taxi. En Flora Café resguardé de
nuevo mi equipaje a cambio de nada. Después de haber conseguido equilibrar mis
emociones, asistí en compañía del conductor de taxi al «Western
Union»
más cercano. Dispuse de los mil dólares y me alojé en un modesto sitio de
Miraflores por el resto de mi estadía, El
Hostal Torreblanca.
| 17 de
Marzo 2018 |
≈
El cielo que hace tres días ocultaba al
sol detrás de su vestido gris, hoy por la mañana me regaló la oportunidad de
ver la perfección de sus colores reflejados en el mar de Lima. El planeta se
compone del setenta por ciento de agua, al igual que el ser humano. Agua somos y en
agua nos convertiremos. Aprovecho las mañanas que me restan en Miraflores para
conocer las playas cercanas; camino por el malecón hasta llegar al nivel del
mar. Transito sin observar hacia atrás, me detengo y contemplo la inmensidad del pacífico sur. De
izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, atrás y adelante. Mis pies
desnudos, incapaces de distinguir el suelo, pisan las conchas marinas, se
hunden y dejan su huella marcada sobre la arena. El agua por donde navego me
conduce a las estrellas; las conchas marinas son las estrellas del mar.
Hace una hora que llegué de nuevo aquí. El
vaivén de las olas y su fragmentación temporal, invitan a navegar en sus adentros.
Una hermosa nereida emerge con la última
gran ola; cuerpo de mujer y cola de pez. Me abraza con fuerza y me enseña su
mundo bajo el mar. Amante de la música y la danza, su voz es una sutil aliteración:
Cubre el sol las solas olas.
Del nido escapa su suave ave y el sonido de su vuelo sobre el oleaje,
sopla solo sobre las olas solas.
Desconozco como es que puedo respirar aquí
abajo, acaricio los arrecifes con la
planta de los pies. El cobrizo y delicado cabello de Mama-cocha me envuelve hasta entrelazarme con su cuerpo. Su
espíritu protege los mantos acuíferos. Dormiremos en la profundidad del océano, bajo
la espuma blanca y la niebla de mar. Mañana, al amanecer, mis pies estarán
sobrevolando la superficie. De izquierda a derecha, de arriba
hacia abajo, atrás y adelante.
Pierdo
el contacto con la tierra, me vuelvo ingrávido; me vacío y floto. Nos
volveremos a encontrar e intentaremos remar juntos, hasta entonces, que tus
olas continúen su majestuoso movimiento oscilatorio. Siempre en mi corazón.
Lima insípida.
∙ Imagen de portada: Saviour | Susanna Majuri.
Inolvidable experiencia...
ResponderEliminarCuando partimos ?
Ya merengues.
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