| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

∙ Lima insípida (Aire) | Capitulo I ∙

 

| 14 de Marzo 2018 |
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       No sé si reír o llorar por la matutina ingesta de ansiolíticos. Me esfuerzo por entender las indicaciones procedentes de la cabina de vuelo, pero es confuso el mensaje: «Cerramos puertas y armamos rampas». La sobrecargo acerca demasiado su rostro al mío; sus ojos son dos acacias que sugieren abrochar el cinturón de seguridad; estamos a punto de despegar, y por la matutina ingesta de ansiolíticos, no sé si reír o llorar . El vértigo acelera mi pulso cardiaco y detiene por instantes mi respiración; sobrevolaremos la superficie. «Quinientos pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. Comienzan las turbulencias, mi transpiración es un gélido manantial que escurre por mi frente y el niño de enfrente no deja de observarme; encuentra entretenido mi estado lamentable. «Mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. Olvidé amarrar los cordones de mis zapatos: sería una tragedia caer por ese descuido; en especial para los padres del niño de enfrente que se mofa del sudor que se desliza por mi rostro. Será mejor que amarre los cordones de mis zapatos en cualquier momento; lo primero que se desprende del cuerpo en un accidente, es el calzado. «Cinco mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. El sudor no interrumpe su flujo, la sobrecargo me ofrece agua, prefiero su teléfono; el resto de mi vida a su lado. ¡Sí! eso es lo que prefiero, en lugar de un vaso de agua; pasar el resto de mi vida con los cordones bien anudados. Si caigo yo; caerán todos, y entonces, el niño de enfrente no aprenderá nunca a andar en bicicleta. «Diez mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. Desde las alturas, la tierra parece insignificante, las nubes hacen formaciones imaginarias con los árboles y las praderas. A las estrellas, les aburre el mundo y nuestra realidad.  «Veinte mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. El vaso de agua se vuelca en mis pantalones y ahora parece que me oriné; el niño de enfrente también se orina en los pantalones, pero él va descalzo y únicamente se ocupa de burlarse de mi estado lamentable. Intento sonreírle a la sobrecargo: al parecer le agrada mi entreabierta mirada. Sobrevolar la superficie parece alegrar al resto de los tripulantes; el universo vomita estrellas, y a ellas, les aburre el mundo y nuestra realidad. Absurdo y lamentable sería morir de esta forma; los comprimidos farmacéuticos son del mismo color que las insulsas nubes. «Treinta mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. Si caemos, el niño de enfrente no aprenderá a navegar en un velero, quizá es por eso que ahora llora. Cuando yo era niño, mi hermano se encargaba de anudarme las agujetas para evitar que cayera. Sumando mis pies, y los pies del resto de la tripulación, no reunimos la altura requerida para sobrevolar la superficie; lo primero que se desprende del cuerpo en un accidente, es el calzado.  «Treinta y cinco mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. Uno siempre se enamora de las sobrecargo e imagina toda clase de historias mientras se mantiene sobrevolando la superficie. Me encuentro sentado dentro de un avión hecho de papel; soy indiferente al tiempo, sobrevivo a mi imaginación iridiscente. Mi padre se convirtió en gaviota, se convirtió en gaviota mi padre, en gaviota mi padre se convirtió, mi gaviota padre se convirtió en... Atrás dejé a una familia; la rambla, el asado y la yerba mate; uno siempre imagina toda clase de historias mientras se mantiene sobrevolando la superficie. Las dunas de Rocha, Valizas y el faro del Cabo; las noctilucas y el sabor de la Patricia. Olvidé la pesca del día sobre el muelle averiado; también olvidé anudar los cordones de mi calzado antes de sobrevolar la superficie. « Voy en este vuelo transoceánico, oyendo tus versos melancólicos... »

       «Tripulación :Iniciamos descenso». Ingerí por accidente dos comprimidos de alprazolam en la sala de abordaje del Aeropuerto internacional de Carrasco a las seis de la mañana; treinta minutos antes de comenzar a sentir la glacial adrenalina recorrer mi cuerpo. «Veinte mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. Prefiero los asientos junto a la ventanilla; no para ver las montañas desde el cielo, sino para dormir durante el trayecto sin que nadie me despierte; es por eso que ingerí alprazolam treinta minutos antes de convertirme en objeto de burla del niño cagón de enfrente. Soy el juguete dentro de un kínder sorpresa. «Diez mil pies de altura» anuncia la voz desde la cabina de vuelo». Se extendieron las risas y los vasos de Tannat en mi despedida; no volveré a ver a Nieves, compartimos juntos el carnaval de Artigas y Santana Do Livramento; al despedirnos, mis globos oculares se inundaron de lágrimas y lloré con mayor fuerza que el apestoso niño de enfrente. «Cinco mil pies de altura», anuncia la voz en la cabina de vuelo. Hice las maletas a prisa, por poco olvido la bandera firmada por la familia uruguaya. Bebí mate para mantenerme despierto y llegar a tiempo al Aeropuerto internacional de Carrasco. «Mil pies de altura», anuncia la voz desde la cabina de vuelo. No era Aspirina la pastilla blanca que se encontraba suelta en el estuche de mis gafas; lo mismo ocurrió en Buenos Aires: si mi hermano no hubiese estado, me habría quedado reposando al fondo del rio. No sé si estoy despierto o soñando entre las nubes. Si acaso estoy muerto, avisen en casa que dejé la pesca del día sobre el muelle averiado. Absurdo y lamentable sería morir de esta forma; los comprimidos farmacéuticos son del mismo color que las insulsas nubes.  No sé si me oriné, o bien,  la sobrecargo imagina toda clase de historias mientras sobrevolamos la superficie, y volcó intencionalmente el agua encima de mis pantalones. «Pista despejada, preparados para el aterrizaje».

         El niño de enfrente babea inconsciente sobre los hombros de su madre; durmió (al igual que yo sobre la ventanilla) todo el trayecto. Por ingerir dos pastillas de alprazolam antes del vuelo, no sé si reír o llorar

      «Damas y caballeros, bienvenidos a la maravillosa ciudad de Lima, capital gastronómica del mundo; tierra del ceviche, del pisco y del pisco sour. Así como también del lomo saltado, el pollo a la brasa, la causa limeña, el suspiro, los anticuchos, la chicha morada, etc.

       La ciudad cuenta con bares típicos y sabrosos restaurantes. Si se queda en nuestra ciudad, no olvide visitar el centro histórico y su famosa catedral. Si quiere ir de compras; vaya a Miraflores, y si está corto de dinero, puede ir a «Gamarra» o a los polvos azules. Vaya y diviértase a «Larcomar» y deleite la vista con nuestro extenso circuito de playas. Si aun así, se queda corto y prefiere un poco de romanticismo, puede ir al distrito de Barranco y caminar por «El Puente de los suspiros».

      Quiero recordarles no olvidar a bordo objetos personales traídos a la mano como: gorras, ipods, laptops, cámaras digitales, libros, sombreros, bastones, etc. No nos haremos responsables de los objetos olvidados en el avión, más aún los estaremos sorteando en nuestro próximo vuelo con los pasajeros que tengan la dicha de volar con nosotros. Quiero recordarles al pasar sus controles de migración y aduana: sonreír y pensar bonito; cuando piensa bonito, todo sucede bonito. Tome su paso por aduanas como si hubiera realizado un deporte extremo.

    Hasta aquí nuestro servicio como «TACA Perú», cuando abramos las puertas del avión, usted quedará totalmente a merced del Aeropuerto Internacional «Jorge Chávez» de la ciudad de Lima, Perú.

      Finalmente, me gustaría recordarles que la vida es muy corta; perdone rápido, bese lento, ame intensamente y nunca deje de sonreír por más extraño que le parezca. La vida tal vez no sea la fiesta que esperábamos, pero mientras estemos acá solo nos queda bailar. Les habló el capitán: Cesar Sotto. Siendo las ocho con cuarenta y cinco minutos de la mañana, me despido de ustedes en nombre de toda mi tripulación. El clima en Lima: dieciocho grados centígrados.» Anunció la voz desde la cabina de vuelo.

Montevideo: 11:04 a.m.

Lima: 9:04 a.m.

       Si sujeto los cordones de mi calzado en este momento, es posible que pueda caminar algunos metros sin tropezar. 



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