| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

| EL APLAUSO DE LOS SORDOS |

 

    Cuando concebí el título de esta publicación, dejé de escribir un tiempo y me dediqué a contemplar el entorno. Detuve por completo la inercia que mis dedos rendían sobre el teclado y comencé la búsqueda de respuestas. ¿Qué ovaciona el ser humano, cuando intempestivo y estridente, aplaude aspavientos?

    Para intentar entender los motivos de la cotidiana acción, debemos tomar con absoluta seriedad el tema y adentrarnos a las particularidades del aplauso, que son: intensidad, ritmo y duración. A continuación expongo sus principales características.

     La intensidad del aplauso se define por la fuerza con la que se unen las palmas de nuestras manos, un movimiento parecido se efectúa al intentar privar del placer de vivir a los mosquitos que interrumpen nuestro descanso a media noche. Matando y aplaudiendo ¿o cómo era?

      El ritmo (importante en la vida diaria), se determina por la velocidad y repetición de los movimientos ejecutados con las manos. Se deben marcar cuidando la simetría entre el tiempo y la intensidad. Cuando bailo en las fiestas, llevo el ritmo en el alma; en los pies se produce la arritmia, una especie de ritmo que a pocos gusta y apenas entienden.

       El factor de duración, es únicamente el tiempo que transcurre desde el inicio del acto sonoro, hasta que finalmente culmina. Entre el cielo y la tierra está el hombre; y su vida, afortunadamente, dura menos de lo que puede llegar a destruirse así mismo. 

       Se ha creado la tradición de aplaudir en los minutos de silencio que se realizan para rendir luto a las víctimas de diversas desgracias. Un claro indicio de la dificultad que afronta el ser humano para quedarse callado; el minuto de ese aplauso suele durar no más de cuarenta segundos.

      A los veinte segundos que nos hemos ahorrado en homenajear a nuestros muertos, les tenemos destinado un uso más ordinario. Se suele decir que aplaudir no cuesta nada, descubriendo de esta forma la naturaleza de un extraordinario pensamiento. El valor del aplauso representa la suma de las tres propiedades antes mencionadas, aunado a un elemento de extenso significado y compleja simplificación: las emociones.

       Existen aplausos que se piden, y otros que se realizan por la inercia del momento. Por lo general prefiero los segundos; en los primeros encuentro laberintos de compromiso y falsedad. Las intensidades del aplauso deberían  fluctuar de acuerdo a la pasión con la que se afrontan los sucesos, pero no es así como medimos nuestras emociones. Hemos perdido la autonomía del aplauso; cuando alguien toma la iniciativa y comienza (con o sin ritmo) a aplaudir, el resto de la congregación comenzará a unirse gradualmente al ejercicio, adquiriendo de manera progresiva, la seguridad de estar haciendo lo correcto. Aun ignorando el motivo de la expresión aprobatoria, resulta inevitable ser víctima del contagio social.

      Tras esta breve, pero fortificante introducción al aplauso, pasemos a la visión de campo y las muestras obtenidas en el periodo contemplativo.

      Salí de casa con la cabeza repleta de pensamientos y el estómago vacío. Decidí hacer escala técnica en la  fonda «La que te dije», de la señora Amparíto. Mientras se cocían los huevos motuleños en la sartén, aproveché para platicar con la dueña y cocinera del pequeño establecimiento.

    -¿Cómo ha estado, Amparíto?- dije desde la mesa en la que me encontraba- ¿Ya lista para las fiestas patrias?

      Amparíto, que es de pocas, pero tajantes palabras, apenas levantó el rostro y dirigió la mirada en dirección del sitio de donde se había efectuado la pregunta.

     -Lista, siempre estoy, pero qué chingados voy a celebrar. A una le tocó partirse el lomo. Cuando logre independizarme de trabajar día y noche para pagar los gastos, festejaré como Dios manda; la casa por la ventana y de paso mi marido también.- dijo con una sonrisa en los labios que acreditaba el plan en su mente.

      En ocasiones no se presta la debida atención a lo que la gente pregunta. No sugerí celebrar las fiestas patrias, pero en ese momento Amparíto, sintiendo el placer o la necesidad de purgar su alma, expuso sus emociones, y se liberó de ese incómodo cosquilleo que generan las frustraciones. Antes de montar los huevos estrellados sobre las tortillas de maíz fritas, le pidió a su joven ayudante que le acercara el frasco que contenía los frijoles refritos. Su ayudante se encontraba en profunda distracción: con la mirada perdida hacia el televisor ubicado encima del refrigerador de Coca-Cola. En la pantalla transmitían«♪♪el programa número uno de la televisión humorística: ¡El Chavo! Interpretado por el súper comediante: ¡Chespirito! Con Carlos Villagrán, como…♪♪ etc.»

-¡Muévete, mamacita! Que es para hoy.- dijo Amparíto y aplaudió en tres ocasiones para despertar de su letargo a la joven ayudante.

       Así fue como escuché el primer aplauso del día. Saqué mi libreta de anotaciones y escribí todo lo anterior antes de comenzar el desayuno. Cuando el plato llegó a la mesa, el aroma y la presentación resultaban excepcionales; cercioré que nadie estuviera observándome y aplaudí con discreción debajo de la mesa. Una mano cruzó por encima de mi hombro izquierdo y colocó un vaso con jugo de zanahoria sobre la mesa; había pedido de naranja.

-¡Buen provecho! – dijo la ayudante y continuó viendo el televisor. 

     Dos cosas llamaron mi atención dentro de «La que te dije». La primera de ellas fue el sentido de la celebración en las «fiestas patrias», y la segunda fue el programa de televisión que privaba de habilidades motrices a la ayudante de Amparíto. Me trasladé al centro de la ciudad con ambos sucesos en la mente.

        La superficie por la que mis pies transitan, sirvió para mantener de pie a quienes, según señala la versión que conocemos de la historia, gestaron en sus tierras el movimiento independentista de México en 1810; la llamada «conspiración de Querétaro». En el mes de septiembre, el aire que corre por las calles lleva una fuerte carga de pozole, pambazos y pólvora. Los aplausos, por supuesto, se hacen presentes con patriótico fervor; el derroche emocional se comparte con tequila, mariachi y los colores de la bandera nacional dibujados con deformidad en los rostros de la raza de bronce . Pero ¿A que le aplaude el mexicano cuando celebra su independencia?

      La tarde del domingo 9 de septiembre de 1810, los habitantes de Querétaro transitaban con absoluta serenidad por las escasas calles pavimentadas en el pueblo. Las nubes, desafiantes y sombrías, amenazaban con su grisácea tonalidad, una digna tormenta de verano. Entre los participantes en las juntas secretas de l«conspiración», se encontraba un ser bautizado bajo el nombre de José Mariano Galván; criollo (al igual que todos los conspiradores) y dependiente de la oficina de correos. Tras recibir la eucaristía y someterse al alivio de la confesión, denuncia, con la tranquilidad del absuelto,  la «conspiración» al virreinato de la Nueva España.  

   En la semana siguiente, diversos sucesos ocurrirían en el epicentro de la lucha de independencia; traiciones, cartas, denuncias, traiciones, encierros y más traiciones. Ignacio Pérez, también «conspirador», recibe una carta de la esposa del corregidor de Querétaro (quien ya se encuentra encerrada para salvaguardar su integridad), anunciando que la «conspiración» ha sido descubierta. Pérez emprende una cabalgata hasta San Miguel el Grande (actualmente San Miguel de Allende) para anunciar al caudillo Juan Aldama(oriundo de San Miguel el Grande y otro asistente a las reuniones secretas en Querétaro), el contenido de la carta recibida por la radiante esposa del corregidor de Querétaro; la honorable  José María Josefa Crescencia Ortiz Téllez-Girón: alias  «La corregidora».

        Al enterarse Aldama del contenido de la carta, se ve en la necesidad de interrumpir su flan napolitano y acude a las caballerizas en búsqueda del caballo más veloz y trasladarse hasta Dolores, Hidalgo, población en la que se reúne con su vecino en San Miguel el Grande, Ignacio Allende. Acompañado de Allende se encuentra el oscuro, disoluto y polémico «Padre de la patria» (y de otros cinco hijos) el cura de la localidad: Miguel Gregorio Antonio Francisco Ignacio Hidalgo-Costilla y Gallaga Mandarte Villaseñor. 

     La mañana del domingo 16 de septiembre de 1810, siete días después de ser descubierta la conspiración de Querétaro, el cura del pueblo guanajuatense, Miguel Gregorio Antonio Francisco Ignacio Hidalgo-Costilla y Gallaga Mandarte Villaseñor, ofició santa misa en «La parroquia de Nuestra Señora de los Dolores» en Dolores, Hidalgo, Guanajuato. Los feligreses se congregaron, como cada domingo, de forma puntual y con la esperanza de purgar el pecado cometido, a las afueras de la casa de Dios. Algunos distraídos, que transitaban por las calles de Dolores, Hidalgo, se detuvieron a escuchar las palabras del sumo sacerdote, a quien se le podía ver con regularidad, en mancebías de la región. Miguel Gregorio etcétera, enterado de lo ocurrido en el poblado del gran acueducto (Querétaro), se colocó en el atrio de la parroquia y convocó levantarse en armas, palos, piedras o lo que hubiese a la mano, para liberarse de la Nueva España. La mayoría de los presentes eran personas indígenas, por lo que su mensaje tuvo que haber ocurrido en Náhuatl, Otomí u otra lengua indígena. Sin absolutamente nada en las manos, salvo sus diez dedos, se refirió al pueblo con las siguientes palabras: «Hijos, ayúdenme a defender la patria. ¡Se acabó la opresión, se acabaron los tributos! El que me siga a caballo tendrá 1 peso. Y el que me siga a pie, 4 reales».    

      Fue así como dio inicio la sanguinaria lucha para conseguir independencia. Diez meses más tarde, en julio del 1811, el cura que ofició el movimiento en el atrio de «La Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores», fue asesinado al norte del territorio, en Chihuahua, México. Su cabeza fue colgada y expuesta durante diez años, junto a la de otros tres inquietos rebeldes, en un almacén de granos, en Guanajuato, capital. 

   Once años después, el 27 de septiembre de 1821, se consolidaría la ansiada independencia con la triunfal entrada del ejercito Trigarante a la ciudad de México, y se nombraría a Agustín de Iturbide como primer emperador del México Independiente.

     Nada, absolutamente nada ocurrió el 15 de septiembre de 1810. Uno festeja sus cumpleaños en la fecha que se abandona el vientre, no cuando el esperma, después de una larga travesía, fecunda al óvulo. Hemos aplaudido a lo largo de la historia a las personas equivocadas, en las fechas incorrectas; pero el pozole ya está en la olla y no vamos a desperdiciarlo. ¡Viva México, chingada madre!

      Estoy recargado sobre los muros de la casa en la que se gestó el movimiento de independencia de una nación; me intento ocultar de los violentos rayos del sol. La patria duele. Vivo en un país que huele a sangre; a sangre y traición. En toda lucha siempre hay muertes, muchas muertes. México está siempre luchando, luchando y matando. Levanto las manos para cubrirme del sol, una bala perdida cruza entre el arco que generan mis brazos; soldado caído, ciudadano caído, mexicanos caídos. No suenan aplausos, suenan balazos. Cuando la bala aplaude, el aliento ensordece.   


«La bandera se iza.
Sonora miseria alcancía; madrugada terruño,
Calle sacudida en temor y tormenta.

Santo olor de la panadería:
Masa para el pueblo millar.

Cuando nacemos. La tragedia comienza.

Cuerpos muertos.
Cadáveres sangrientos.
Con poemas en el pecho.

Recubren
Laderas,
Vallejos,
Senderos.

En México reina la muerte
En México reina la muerte
En México reina la muerte

Campesinos ametrallados.
Huyen con pavor dondequiera.

Entre chillidos de ancianos,
niños
y mujeres espantadas.

Trueno de nuestras nubes
sobre las tierras labrantías.

Suave Septiembre.»

«Gerardo Arana Villareal.»
 

       Es casi el mediodía y el sol es avasallante. Los niños imitan el aplauso de sus padres cuando un payaso callejero hace un chiste machista o racista. La moneda en el sombrero del artista callejero proviene de la mano del pequeño que apenas y sabe hablar; la compasión al desposeído. Nos genera gracia cuando un recién nacido sonríe e intenta aplaudir, igual que un mono detrás del cristal en el zoológico.

       Somos en gran parte lo que consumimos con los sentidos; los lugares que visitamos, la gente con la que compartimos la mesa. El libro leído, el disco girando en el gramófono. Las flores que olemos y nos espinan los dedos. Las mañanas frías de Chiapas y las tibias noches de Yucatán. El mar del Pacífico y el desierto de Sonora. El ololiuqui,  el hikuri y  los niños santos; pulque, mezcal, raicilla y sotol. Somos el mariachi y el tequila sin limón. Olemos a café con piloncillo y a medicina ancestral. Cuando rompemos la piñata, nos arrojamos al suelo para recolectar mandarinas y cacahuates. Fuimos, somos y seremos nuestros muertos; cada noviembre les brindamos un altar.

       La decadencia en la televisión nacional es cada vez más evidente; no existe mejor arma para un gobierno, que la desinformación. El entretenimiento sin contenido, al servicio de la comunidad. Una sociedad inconforme y olvidadiza. Aprendimos a leer y a escribir para juzgarnos en redes sociales. Le  aplaudimos con mayor intensidad a quien mejor nos miente.           

       Crecimos viendo Chespirito; nuestros padres crecieron viendo Chespirito, las nuevas generaciones viendo, riendo y aplaudiendo a Chespirito. Veinticuatro años de grabación, cuarenta y ocho de transmisión. La inocente comedia del escritor mexicano ha salido del aire en todos los medios del mundo. Las oraciones han rendido sus frutos. Elevo las manos al cielo y realizo el aplauso de los sordos.

¡Oh! Y ahora, ¿Quién podrá defendernos?







Comentarios

  1. Tan bella como dolorosa la realidad de nuestro país ... ávido de momentos felices y de regalar de vez en cuando unos cinco aplausos ...

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  2. Me encanta esa forma tan peculiar de hacer que nos imaginemos cómo has escrito esos párrafos.
    Me haces viajar y sentir que vivo esas experiencias, al punto de saborear esos ricos huevos estrellados.
    Eres grande Crack.

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